Mi Padre les dará otro Paráclito
Hemos escuchado en el
Evangelio un pasaje de los sermones de despedida de Jesús, que el evangelista
Juan nos ha dejado en el contexto de la Última Cena: “Yo le pediré al Padre que
les envíe otro Paráclito, que esté siempre con ustedes” (Jn 14,16).
El primer Paráclito es el mismo Jesús; el “otro” es el Espíritu Santo. Jesús
promete a los discípulos la presencia continua del Espíritu como remedio a la
tristeza provocada por su partida (cf. Jn 16,
6-8). Por su parte, también la primera lectura de hoy, donde se nos narra la
venida del Espíritu Santo sobre la comunidad de Samaria por la oración y la
imposición de las manos de Pedro y Juan, nos invita a todos nosotros a esperar
y desear la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.
Cristo en el Evangelio
expresa al Espíritu Santo como el Paráclito o Consolador. El
Espíritu Santo no sólo es luz y consejo. Ni tampoco es sólo fuerza. El hombre
tiene necesidad sobre todo de consuelo para vivir. Muchas
veces estamos inquietos, sentimos la soledad, el cansancio; el futuro nos da
miedo y los amigos nos fallan.
Este consuelo de
Dios se encarnó primero en Jesús. Pasó toda su vida pública consolando todo
tipo de sufrimiento, físicos y morales, y predicando el consuelo de las
bienaventuranzas: “Felices los pobres, los mansos, los misericordiosos,
los hambrientos y sedientos, los sufridos…”. Y antes de partir de este
mundo, Jesús le pidió a su Padre que nos mandara otro Consolador,
que permaneciera con nosotros siempre como Dulce Huésped del alma. Este otro Consolador es
el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, tercera persona divina de la Santísima
Trinidad, que mora dentro de nosotros consolando nuestras tristezas, curando
nuestras heridas y ayudándonos a sufrir haciendo el bien (segunda lectura).
Por tanto, el Espíritu Santo
es nuestro Paráclito, es decir, “aquel que es llamado en nuestra
defensa”, aquel del que se busca el Consuelo. ¡Cuántas veces
acudimos a otras fuentes de consuelo, a cisternas rotas como pueden ser las
riquezas, los placeres, las distracciones mundanas y mil futilidades, o
mendigamos consuelos humanos que no nos consuelan el alma y el corazón, sino
que nos dejan más heridos y vacíos! El Espíritu Santo es el auténtico Consuelo que
necesitamos en esta vida que a veces se nos presenta tan cruel, tan sin
sentido, tan injusta. ¡Qué hermoso sería que después de llenarnos de ese Consuelode Dios en la oración seamos también
nosotros paráclitos para nuestros hermanos, es decir, que
seamos personas que sepamos aliviar la aflicción, confortar la tristeza, ayudar
a superar el miedo y disipar la soledad.
Los discípulos reciben de su
Maestro y Señor la promesa de la presencia del Espíritu Santo y poco a poco van
descubriendo el dinamismo de su presencia y asistencia en medio de todas las
vicisitudes de una Iglesia que inicia sus caminos. A pesar de los riesgos que
los apóstoles corrían cuando Jesús los dejó “solos”, siguieron conservando su
identidad y su tarea porque contaban con la fuerza del Espíritu Santo. Cada
paso, cada nueva crisis, siempre es resuelta con la presencia de Jesús y con la
asistencia del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es la
presencia viva de Dios en la Iglesia. Es quien hace andar a la Iglesia, el que
hace caminar a la Iglesia. El Espíritu Santo, con sus dones, guía a la Iglesia.
No se puede entender la Iglesia de Jesús sin el Paráclito, que el Señor nos
envía para eso. Y toma decisiones ¡impensables! El Espíritu Santo es quien actualiza la
Iglesia y la hace avanzar.
Los cristianos debemos pedir
al Señor la gracia de la docilidad y el consuelo al Espíritu Santo. La
docilidad a este Espíritu que nos habla en el corazón, que nos habla en las
circunstancias de la vida, que nos habla en la vida eclesial y en las comunidades
cristianas, que nos habla siempre. También pidamos al Padre “que nos unja para
que seamos plenamente hijos suyos, cada vez más conformados con Cristo, para
sentirnos todos hermanos y así alejar de nosotros rencores y divisiones, y
poder amarnos fraternamente. Así nos lo pide Jesús en el Evangelio: ‘Si me
aman, guardarán mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que les dé otro
Paráclito, que esté siempre con ustedes’” (Jn 14,15-16).
Y San Pablo nos llama a ser consoladores unos de otros, con estas palabras:
“Consuélense mutuamente” (1Tes 5, 11).
María, unida en oración a
los Apóstoles en el Cenáculo, nos acompañe especialmente durante estas semanas
antes de Pentecostés, y nos obtenga una nueva efusión del Espíritu Santo, que
consuele e inflame nuestros corazones.