7ª
semana de Pascua. Domingo Ascensión del Señor A: Mt 28, 16-20
Hoy celebramos la glorificación de Jesús.
Dios había venido del cielo haciéndose hombre para salvarnos, muriendo en la
cruz. Ese Dios hecho hombre, que es Jesús, había resucitado y debía volver
glorificado al cielo. Es lo que llamamos Ascensión. Para ello no necesitaba de
hechos externos ni visuales, porque su cuerpo ya no estaba en nuestra esfera
material y visible. Por eso podemos decir que desde el momento de su
resurrección, ya subió o estaba en el cielo. Pero los apóstoles sí necesitaban
algo externo, algo sensible, que les iluminara la mente y les diera impulso en
su ánimo. De ahí que Jesús, durante cierto tiempo, les siguió adoctrinando,
hasta que tuvieron esa experiencia de que Jesús ya no iba a estar más con
ellos, sino que ellos eran los que debían ir por el mundo a enseñar los
mensajes de Jesús y hacer discípulos.
Hoy encontramos en la
primera lectura de los “Hechos” la descripción que san Lucas hace detallada del
suceso. Se lee todos los años en esta fiesta. Es posible que en parte o quizá
la mayoría sea como una parábola para indicarnos grandes enseñanzas. San Lucas
es el evangelista más instruido y que escribe mejor literariamente. Por eso
termina su libro del evangelio y comienza el de los “Hechos” con la exaltación
del gran personaje, que es Jesús. Nos recuerda un poco las grandes exaltaciones
que en la literatura se hace de grandes personajes, que desaparecen de modo
sobrenatural, como en el Ant. Testamento, cuando Elías es arrebatado
al cielo. Siempre lo hacen después de unas solemnes palabras. También Jesús da
su gran mensaje, como hoy vemos al final del evangelio de san Mateo. El mensaje
es que vayan por el mundo a predicar el Evangelio, al mismo tiempo que les trasmite
el poder que Él ha recibido de su Padre y la promesa de que nunca les
abandonará.
Nosotros en este día
debemos impulsar nuestra esperanza en cuanto a nuestro final y para el
presente. Si Jesús, que es nuestra cabeza, subió y está en el cielo, nosotros,
que somos miembros de su Cuerpo, esperamos seguirle. Es lo que pedimos hoy en
la principal oración de
Pero mientras llegamos
allí, debemos trabajar aquí en la tierra. Debemos ser testigos, como los
apóstoles, de las enseñanzas de Jesús. Sabemos que la principal enseñanza es el
amor. Por eso, aunque pensamos en la ciudad futura, en el cielo, no podemos
descuidar el mejoramiento de todo lo relacionado con nuestra tierra. Y por eso
debemos buscar el bien del prójimo.
Jesús, aunque subió al
cielo, no nos abandona. En primer lugar les dijo a los apóstoles que esperasen
la efusión del Espíritu, como así sucedió el día de Pentecostés. El Espíritu
Santo está en nuestra alma para ayudarnos a que seamos testigos con nuestras
palabras y con el ejemplo de la vida. Pero Jesús mismo está y estará siempre
“hasta la consumación de los siglos”. Está sobre todo en
Jesús, al terminar su
enseñanza en la tierra, proclama ante los apóstoles su señorío recibido del
Padre. Este poder lo trasmite a
El triunfo de Jesús es
diferente de los humanos. Cuando aquí se triunfa es porque otros pierden.
Cuando triunfa Jesús, todos salimos ganando.