Solemnidad.
La Ascension del Señor, Ciclo A
ASCENSION
DE CRISTO A LOS CIELOS
Se llegó el día no de la
despedida, sino el momento en que ya lejos del impedimento del cuerpo humano,
Cristo pudo multiplicar su presencia en los corazones de los hombres,
animándoles en el camino a la casa del Buen Padre Dios. Celebramos el triunfo y
la culminación de la obra de Cristo en su Ascensión a los cielos. Los apóstoles se esfuerzan por describirnos
lo que pudo ser aquél momento, algo indescriptible, algo que no puede decirse
con palabras humanas. Pero tenemos que intentar captar el sentido de este día
que definitivamente es un momento de triunfo no sólo para Cristo, sino para la
humanidad misma, pues él pertenece a nuestra raza, es de los nuestros y es el
que muestra el camino al Padre. ¿Dónde ocurrió el hecho de la Ascensión? En un
monte, como habían ocurrido muchos de los hechos de Cristo, recordemos el monte
las bienaventuranzas, el monte Tabor, e indudablemente el monte calvario donde
Cristo dejó embarrada su vida en lo alto de la cruz. Pero es claro entonces que
hubo un momento de separación y de despedida. Tenemos que agradecer a los
escritores sagrados, que hayan sido tan realistas en hacernos conocer la
dificultad de los apóstoles que no pusieron cara de alegría y afirmaron a todo
que sí, como hacemos muchos cristianos. Ellos llegaron a dudar, y eso hace más
meritorio su testimonio de fe en la Resurrección de Cristo Jesús.
La ascensión de Jesús no
fue sólo una despedida como puede ocurrir entre dos amigos que saben que su
separación sería por mucho tiempo. Los hombres apreciamos los últimos momentos
de las personas que queremos. Por eso
todos los últimos momentos nos
parecen importantes de parte de los
seres que llegamos a amar y queremos recordar hasta el último detalle, incluso
la última regañada que nos dieron. Cristo lo sabía y por eso dejó para el
último momento de su vida, la gran recomendación de ir por entre todos los
hombres, dando a conocer el misterio del Reino de Dios, el misterio de la
salvación, instando a sus apóstoles a que le dieran a conocer, de manera que a
los que les creyeran, pudieran bautizarlos para que entraran en posesión de la
salvación planeada para todos los hombres, enseñando indudablemente a vivir
según el Señor Jesús les había enseñado mientras estaba con ellos.
Pero les asegura su
presencia perpetua, pues promete que estará siempre con ellos. Es la gran
paradoja, se va pero se queda, se aleja, pero está más presente que antes, se
desaparece pero se queda con todos los que él ama en su corazón. Las madres
saben mucho de eso, cuando se ocultan tras de la sábana, para manifestarse de
nueva cuenta a su pequeño, que si cincuenta veces se oculta la madre, otras
tantas surge del pequeño la cara de sorpresa y de alegría.
Por cierto, ya que tocamos
el tema de la madre, podemos hablar de una primera categoría, la de las que
todo lo hacen por sus hijos, los cuáles no saben abrocharse las agujetas, nunca
han lavado el plato en el que comen, ni se han preocupado nunca por tender su
cama y recoger su cuarto, no digamos cargar con su mochila rumbo a la escuela o el colegio. Los hijos se
vuelven tarados, inútiles, mantenidos y nunca llegan a madurar porque la madre
se consideró siempre la mártir, que pretendía hacerlo todo por sus hijos,
evitándoles cualquier molestia.
Tenemos una segunda
categoría de madres que por su trabajo y otros menesteres, dejan que los hijos
hagan su propia voluntad, y como siempre están ausentes, la casa se convierte
en una profunda soledad, donde se llega sólo para dormir, porque cada quién tiene
sus propias obligaciones, o mejor sus
propios amigos y sus propias entretenciones, de manera que la casa está
“patas pa´rriba”. No hay quien meta orden en esa
casa. Y llegaríamos a una tercera clase de madres, que hacen que los pequeños
vayan creciendo cada día en sus propias obligaciones, pero acompañándolos ella,
juntamente con el papá, en las distintas etapas de la formación. Esas son las verdaderas madres.
Y como Cristo tiene
corazón de padre pero también corazón de madre, se preocupó en vida, por
instruir, por aleccionar y por entusiasmar a sus apóstoles, en los secretos del
Reino de los cielos, aprovechando incluso
los últimos cuarenta días después de su resurrección, para completar la
instrucción a los suyos, de manera que luego, responsablemente y ya guiados y
acompañados por el Espíritu Santo de Dios, pudieran hacer presente entre los
hombres la salvación en Cristo Jesús. Tenemos que alabarle a Jesús que después
de su partida, confía en sus apóstoles y en todos los cristianos, para que sean
ellos mismos, los que con sus pasos se dirijan a todos los hombres, con sus
brazos los animen a caminar por los caminos de la paz y con sus corazones,
unidos al corazón de Cristo Jesús pudieran amar a todos los hombres,
anticipando el momento en que todos los hombres pudieran estar unidos en torno
al Buen Padre Dios.
Gracias, Jesús, porque te
has ido para quedarte más cerca de nosotros.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx