SOLEMNIDAD.
DOMINGO DE PENTECOSTÉS, CICLO A
(Hechos 2:1-11; I
Corintios 12:3-7.12-13; Juan 20:19-23)
La mexicana dijo que le da gracias a Dios por su tío. Explicó que cuando era chica, su tío le
arregló al pasaporte para ir a los Estados Unidos. Vino acá y se quedó. Ya ella puede pedir documentos sin enfrentar
la pena por haber entrado ilegalmente.
Su caso se difiere de muchos inmigrantes que no tienen la posibilidad
actual de arreglar sus situaciones.
Están esperando un cambio favorable en la ley, pero viven preocupados. Pues evidentemente el
nuevo presidente quiere complacer a aquellos que se oponen a los
indocumentados.
No debería ser difícil entender las quejas de los americanos con la
inmigración ilegal. El pueblo
estadunidense se ha orgullecido por tener un gobierno de leyes, no de
personajes. Por eso, cuando los indocumentados desafían las leyes migratorias,
ellos sienten la base de la sociedad temblando.
Además creen que una causa de los aumentos en sus costos médicos es que
pagan por los migrantes. También hay los
vicios sociales – alcoholismo, pleitos, y embarazos fuera del matrimonio – que
siempre afligen a los pobres, sean inmigrantes o naturales. No importa que se pueda demostrar que los
indocumentados han beneficiado al país, la gente está alterada.
Hay preocupaciones que los inmigrantes y los naturales compartir. Se preguntan qué va a pasar con la familia en
una sociedad que permite el matrimonia gay.
Están amenazados por los reportes de bombardeos terroristas. No saben cómo sus hijos y nietos que dejan la
escuela vayan a ganar una vida digna en la economía globalizada. Hay docenas de otras cosas que disturban la
paz de todos.
Queremos saber lo que podemos hacer con todas estas preocupaciones. Somos como los discípulos de Jesús en el
evangelio hoy. Ellos tienen no sólo la
preocupación sino el miedo. A lo mejor
les preguntan a uno y otro: ¿Volveremos a Galilea donde es seguro? ¿Por qué querrán los judíos aprehendernos;
qué crimen hemos hecho? ¿Sabemos a un
abogado que podría defendernos si nos traen a la corte?
Sí, es sólo natural preguntarnos qué podríamos hacer para mejorar nuestra
situación. Sin embargo, no querremos
olvidar a pedir la ayuda del Señor. Los
Hechos de los Apóstoles dice que los discípulos se dedican a la oración después
de la Ascensión de Jesús. Resulta en una
emanación del Espíritu Santo tan abundante que los doce no puedan
contenerse. Salen para proclamar la
gloria de Jesús a cualquiera persona que los escuche.
A veces cuando siento amenazado, pienso en diferentes modos para defenderme. Me imagino echando insultos o aun golpeando
al otro si se me atreve a atacar. De esta manera me robo el sueño y acabo
cansado y aún más alterado. Una
estrategia más sana es pedir la ayuda del Espíritu Santo. Poco a poco estoy aprendiendo que mi
situación alarmante casi nunca es tan grave como lo imagino. Me estoy dando cuenta que Dios tiene mil
modos para resolver mi dificultad por el bien de todos los involucrados. En tiempo Él va a indicarme lo que debería
hacer. Por lo pronto sólo tengo que
confiar en su amor.
Hoy celebramos la venida del Espíritu Santo a nosotros. Por cierto siempre ha estado en nuestro lado
moviéndonos a un mejor amor para los demás.
Ahora reconocemos su presencia por decirle: “Perdóname por haber olvidado de ti. Gracias por tu acompañamiento. De hoy en adelante confiaré en Ti”.
Padre Carmelo Mele, O.P.