«ANIMADOS EN EL ESPÍRITU»
Carta de
monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
para el domingo de
Pentecostés
[4 de junio de
2017]
En este domingo
estamos celebrando la gran Solemnidad de Pentecostés. El Evangelio de San Juan
(20, 19-23), nos muestra a Jesucristo Resucitado, enviando a sus Apóstoles, a
aquellos que fueron elegidos entre los discípulos: «Como el Padre me envió a
mí, yo también los envío a ustedes» (Jn 20,21). Y les
otorga el poder para ejercer el ministerio de perdonar y retener los pecados,
que los sacerdotes ejercen en el Sacramento de la confesión: «Al decirles esto,
sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán
perdonados a los que ustedes se los perdones, y serán retenidos a los que
ustedes se los retengan» (Jn 20,22-23). Es bueno
recordar que estos hombres eran como nosotros. Ellos estaban orando junto a
María, en el cenáculo, en la mañana de Pentecostés, cuando el Paráclito
prometido, el Espíritu Santo descendió sobre ellos (Hch 2). En esa mañana de
hace casi 2000 años nació la Iglesia. El Espíritu Santo prometido va
acompañándola y lo hará hasta el final de los tiempos.
En esta reflexión de
Pentecostés quiero tener especialmente presente a la Iglesia. Los cristianos
por el bautismo somos parte de la Iglesia. Nuestra fe en Jesucristo, el Señor,
por un lado tiene una dimensión de compromiso personal y por otro
necesariamente tiene una dimensión comunitaria-eclesial.
Es importante
subrayar que difícilmente la fe de un cristiano pueda madurar sin esta relación
con la comunidad eclesial, con la formación permanente, con la necesidad de
recurrir a los sacramentos, a la Palabra de Dios y al Magisterio de la Iglesia.
Esto no permite iluminar los acontecimientos que vivimos y nos fortalece para
realizar opciones a veces difíciles que ayuden a humanizar y evangelizar
nuestra cultura. Al respecto quiero citar un texto clave para profundizar en la
necesaria eclesialidad en la espiritualidad de un
cristiano, sobre todo en este inicio del siglo XXI caracterizado por un
excesivo individualismo y subjetivismo. En Evangelii Nuntiandi el Papa Pablo VI nos dice:
«Existe, por tanto un nexo íntimo entre Cristo, la Iglesia y la Evangelización.
Mientras dure este tiempo de la Iglesia, es ella la que tiene a su cargo la
tarea de evangelizar. Una tarea que no se cumple sin ella ni mucho menos contra
ella. En verdad, es conveniente recordar esto en un momento como el actual, en
que no sin dolor podemos encontrar personas, que queremos juzgar bien
intencionadas, pero que en realidad, están desorientadas en su espíritu, las
cuales van repitiendo que su aspiración es amar a Cristo, pero sin la Iglesia,
escuchar a Cristo, pero no a la Iglesia. Lo absurdo de esta dicotomía se
muestra con toda claridad en estas palabras del Evangelio: “El que a vosotros
desecha, a mí me desecha” (Lc 10,16). ¿Cómo va a ser
posible amar a Cristo sin amar a la Iglesia, siendo así que el más hermoso
testimonio dado a favor de Cristo es de San Pablo: “Amó a la Iglesia y se
entregó por ella?” (Ef 5,25)»
Durante estos años
como Iglesia diocesana vamos asumiendo nuestro primer Sínodo Diocesano, así
como el documento de Aparecida. Tanto en el ámbito del laicado, de la familia y
de los jóvenes encontramos espacios que nos impulsan a profundizar en la
dimensión discipular y misionera. En nuestras distintas comunidades ya sean
parroquiales o educativas, en los movimientos y asociaciones, estos temas nos
desafían a encontrar respuestas adecuadas a las nuevas situaciones que nos
plantea esta época.
En esta reflexión
quiero señalar la alegría de tantas comunidades que celebran con gozo y de
diversas maneras la Solemnidad de Pentecostés. El Espíritu Santo nos da el don
de la comunión en la diversidad de dones y carismas, y nos impulsa en la tarea
evangelizadora que es la razón de ser de la Iglesia
En el documento de
Aparecida se vuelve a señalar que la Misión de la Iglesia es Evangelizar. En
este nuevo Pentecostés quiero terminar esta reflexión con un texto que expresa
el gozo que tiene la Iglesia sobre el amor de Dios: «Anunciamos a nuestro
pueblo que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre,
que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña
en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de
todas las pruebas. Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la
humanidad y no profetas de desventuras» (30).
Con la alegría de
celebrar la venida del Espíritu Santo sobre su Iglesia, en este Pentecostés,
les envío un saludo cercano y hasta el próximo
domingo.
Mons.
Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas