9ª semana, tiempo
ordinario. Jueves: Mc 12, 28b-34
Estaba Jesús en disputas
sobre asuntos religiosos con fariseos y últimamente con algunos saduceos. Un
escriba que estaba observando las buenas respuestas de Jesús, se anima a preguntarle
algo importante. Esta vez la pregunta es sincera y por lo tanto merece no sólo
una respuesta clara de Jesús, sino hasta un elogio porque entendía lo que Jesús
le estaba diciendo. Para nosotros esta inquietud de aquel escriba nos sirve
para saber qué es lo que pensaba Jesús sobre el mandamiento más importante.
La inquietud del escriba
tenía su razón de ser, pues los maestros judíos tenían 613 preceptos y entre
ellos disputaban sobre cuáles eran los más importantes. También en
De hecho el amor es el
sentimiento más profundo del ser humano. Alguno puede preguntarse: ¿Entonces
porqué se nos manda? Porque el amor no es espontáneo, sino que requiere nuestra
colaboración, debemos poner a su servicio nuestra capacidad de pensamiento, de
afecto, de acción. El amor necesita nuestra atención y fuerza porque puede ser
débil y necesita crecer y desarrollarse como una plantita. Muchas veces está
viciado por el egoísmo y la propia satisfacción. Tenemos la tendencia de “usar”
a los demás para nuestro beneficio en vez de amarles, miramos más lo que nos
satisface a nosotros que lo que les satisface a ellos. Por eso el amor en
nosotros tiene que purificarse continuamente.
Amar a Dios con todo el
corazón, alma, mente y fuerzas indica una plenitud de amor: Con todo el ser,
todo el día, toda la vida. Dios les dio este mandamiento a los israelitas,
porque al tener contacto con las naciones paganas, superiores muchas veces en
poder, riqueza y cultura, se sentían deslumbrados por sus ídolos, alejándolos
del Dios verdadero que les había sacado de Egipto. Hoy también hay muchas
personas que se dejan llevar de los ídolos que les proporcionan bienestar
material, placer, comodidad, y se apartan de su ser espiritual y su salvación eterna.
Es la gran tentación para muchos cristianos. Sin embargo Dios es el que nos ha
creado, quien nos ha redimido y nos enseña el camino de nuestra verdadera
felicidad y paz.
¿Cómo podemos manifestar
nuestro amor a Dios?: Dándole el culto debido con actos especiales, en la
oración y la alabanza, pero sobre todo a través del trabajo bien hecho, del
cumplimiento de los deberes en la familia y en la sociedad, con nuestro porte
exterior, digno de un hijo de Dios... y con el amor al prójimo.
Amar al prójimo es amar a
todos; pero especialmente al que está más próximo: en casa, en el trabajo o en
el colegio. Quizá la persona con quien se convive, que se nos hace más difícil.
Recordemos que para Jesús no bastaba (que ya es mucho) con lo que decía el Ant.
Testamento: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”, sino
que lo formuló en sentido positivo, que es mucho más: “Haz a los demás lo que
quieres que te hagan a ti”. Debemos ver a Cristo en el prójimo. Porque repito
otra vez: No basta amar a Dios sin amar al prójimo, como tampoco basta amar al
prójimo sin amar a Dios. Si nuestra meta es amar a Dios, amaremos a los que nos
son simpáticos y a los que son menos, porque todos son hijos de Dios. Amar a
los demás no es sólo no hacer daño, sino ayudarles, acogerles,
perdonarles. Alimentaremos el amor en la
oración, en los sacramentos, en la lucha por superar los defectos, en
mantenernos en la presencia de Dios a lo largo del día.