Domingo de
Es bueno comenzar hoy con el saludo con que
comienza siempre la misa y que termina el apóstol san Pablo en su 2ª carta a
los Corintios y hoy nos trae la 2ª lectura: “La gracia de Nuestro Señor
Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con
vosotros”. Hoy nos fijamos en la naturaleza de Dios y celebramos la grandeza
que El mismo ha querido revelarnos de su ser, que redunda en nuestra propia
grandeza. Sabemos bien que Dios es Uno y sólo puede ser uno; pero son tres
personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esto es un misterio tan grande
que supera la capacidad de nuestra inteligencia. Por lo menos debemos entender
que Dios es tan grande que puede haber en El cosas que superan nuestro
entender.
A través de la historia
Dios ha ido revelando cómo es El. Pasa como en el entender, que con la edad
vamos comprendiendo más las cosas. Así Dios en el Ant. Testamento dio a conocer
ante todo
Esta es la gran verdad que
Jesús nos enseñó y hoy se realza al celebrar a Dios en este maravilloso
misterio de
Esto es lo que nos quiere
decir el evangelio de hoy: Porque nos ama, Dios Padre nos entrega a su Hijo
para salvarnos. Este amor es para cada uno de nosotros un amor entregado y
universal, aunque se fija principalmente en el débil. Ya lo había dicho en el
Ant. Testamento, como lo dice la 1ª lectura: “Dios es compasivo y
misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia y lealtad”. Todo esto
contrasta con la infidelidad del pueblo que llegó a adorar al becerro de oro.
El hecho de que Dios es
amor es lo que nos hace atisbar un poco este misterio de
En este día, cuando hagamos
la señal de la cruz diciendo: “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo”, nos acordemos de que es Amor, se lo agradezcamos y nos comprometamos a
tratar a los demás con mayor amor. Para que este amor con los demás sea noble y
sincero, debemos fomentar nuestro amor con Dios, que puede ser dirigido a Dios
Padre, que nos ha creado, o dirigido a Dios Hijo, Jesucristo, que vivió con
nosotros, que resucitó y nos espera en el cielo, o al Espíritu Santo, que vive
en nuestro corazón y nos da el aliento de vivir en la paz y la alegría
cristiana.