10ª semana, tiempo
ordinario. Viernes: Mt 5, 27-32
Estaba explicando Jesús
algunos mandamientos de la ley de Dios en clave contraria a los fariseos, que
sólo se preocupaban de los pecados externos. Ahora le toca hablar de lo concerniente
al sexto mandamiento, en que se trataba principalmente sobre el adulterio.
Jesús nos dice que no sólo es condenable el adulterio externo, sino el interno,
el que procede del corazón.
En la práctica muchas veces
será difícil ver dónde está el límite entre un deseo involuntario, una
tentación o un deseo pecaminoso. Lo que Jesús nos dice es que lo que mancha al
ser humano no es tanto lo externo cuanto lo que se produce en la mente o la
intención que se tenga en el propio acto.
Por eso Jesús nos induce hacia
una actitud positiva: el respeto hacia sí mismo y hacia los demás. Lo cual será
parte del verdadero amor. Quien no respeta en su corazón a la otra persona no
ama de verdad.
Después Jesús habla algo, a
nivel de la legalidad. Nos viene a decir algo así, como lo que nuestros obispos
suelen repetir a propósito del divorcio y otras cuestiones: “No todo lo legal
es moral”. Así es ahora y así era en tiempos de Jesucristo. En aquel tiempo era
rarísimo o no se daba el hecho de que una mujer abandonase o repudiase a su
marido; pero era muy frecuente el que un marido repudiase a su mujer. Y a veces
lo hacían por cualquier cosa muy pequeña.
El hombre quedaba
satisfecho, en su conciencia, en el momento que recibía el documento de
separación, o “libelo de repudio”. Pero dice Jesús que eso no es suficiente
para estar en paz con Dios, de modo que es pecado casarse con una mujer
“repudiada”, pues para Dios sigue casada.
Hay unas palabras, en el
versículo 32, difíciles de entender, porque son difíciles de traducir. Algunos
traducen: “fuera del caso de prostitución” o de impureza o algo parecido. Otros
traducen, quizá más correctamente: “Fuera del caso de unión ilegal”. Lo cual
vendría a ser: “en caso de no estar casados legítimamente”. Por lo que se ve en
otros pasajes, como cuando comenta la creación del hombre y la mujer, Jesús no
permitía ningún motivo de repudio. Es defensor de la indisolubilidad del
matrimonio.
El hecho es que Jesús no
habla tanto de pecados, en cuanto actos permitidos o
prohibidos, sino de una actitud interior, que debe estar en continua
superación: por el sacrificio, por el respeto y sobre todo por el amor. Claro
que esto es difícil y cuesta. Tanto cuesta, dice Jesús, como cuando uno ha
perdido un ojo o tiene que perderle, quizá en una operación, por el bien total
de toda la persona. Así debe ser el dominio que debemos tener sobre nuestras
pasiones.
El cuerpo humano no es
malo, claro. Dios ha puesto nuestras tendencias hacia el otro sexo, no sólo
para el bien particular, sino también para el bien social. Lo que nos dice
Jesús es que hay que saber controlarlo para que vaya siempre por el buen
camino. Siempre contando con la gracia de Dios, que debemos suplicar.
Todo esto se une o se
complementa con las palabras de san Pablo en la primera lectura (2Co 4,7-15):
“Llevamos un tesoro en vasijas de barro”. Por lo cual debemos estar atentos,
pues somos débiles y surgen muchas dificultades a nuestro alrededor.
Sin embargo, aunque haya estas dificultades no
debemos estar desconcertados ni abatidos, pues no estamos abandonados. San
Pablo nos insta a poner nuestra confianza en Dios, de modo que nuestra vida
puede tener un gran valor, si estamos unidos con la vida de Jesús, ya que así
podremos estar unidos en su gloriosa resurrección.
Si para todo