Domingo 11 ordinario, Ciclo A

Hay males que traen sus bienes y bienes que traen sus males.

Nos encontramos frente a frente con la palabra de Jesús que siempre tiene un mensaje, un aliento y una nueva fuerza para animarnos a continuar por el camino de la vida.

Y así nos encontramos  ahora con una de esas palabras de Cristo, que dejan buen sabor de boca: ”Jesús, mirando a las multitudes,  se compadeció de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas como ovejas sin pastor”.  Los oyentes de Jesús eran gente pobre, quizá desocupados por lo tanto necesitados de ayuda, de compasión y de ternura. Nada se escapa a la mirada de Jesús, no podía ser de otra forma, y la compasión de Cristo venía por su cercanía con las gentes. No las trataba de lejos, se entremezclaba con ellas, los tocaba y se dejaba tocar, y los miraba, con una mirada que expresaba una profunda ternura, que le recordaría la mirada que María le dirigiría cuando él se caía en sus juegos de niño, hasta producirse una raspadura.

Pero la compasión de Jesús no se quedaba en un sentimiento  estéril, por eso exclamó a continuación: “la cosecha es mucha y los trabajadores pocos, Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.  ´por ahí tiene que  comenzar todo, orando al Padre de todas las luces que ilumine los corazones de los hombres para que ellos a su vez puedan compadecerse de sus hermanos hasta dar la vida  por ellos. Quizá confiamos cada vez menos en la oración y cada vez más en el celular que ocupa cada vez más nuestro tiempo, nuestra atención y nuestro interés. Es el momento de regresar a la oración confiada, silenciosa, e indudablemente a la oración familiar que ya no existe en muchas familias.

Y a continuación ”llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias”.

Qué gran poder les dio Cristo a los suyos, a sus apóstoles, echar fuera los demonios de los hombres, y vaya que tenemos muchos, cada vez más entre nosotros, los demonios de la autosuficiencia, el pensar que todo lo podemos con la avanzada tecnología, o la avalancha de pornografía que se nos mete en todos los poros o el afán de competencia que no nos deja estar en paz hasta que no tengamos más de lo que tienen los demás.

Y luego, el poder de curar, de levantar de la postración que deja el mismo pecado en los corazones de los hombres. Eso sí que es la gran cosa, un solo pecado perdonado, es tan grande como la misma creación de este universo maravilloso en el que nos encontramos.

tenemos que agradecer a Cristo mismo  que no nos hay dejado solos, que nos rodeó de atenciones y se sigue compadeciendo de nosotros, los que vamos por el camino.

A continuación vino la instrucción de Cristo a los suyos: “Vayan y    proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos”.

El Reino de Dios, tan cerca de nosotros y tan lejos que lo hacemos de nosotros. No sólo cerca, sino dentro de nosotros, según el decir de Cristo, cuando le amamos y amamos a su Padre Dios.  “Curen a los leprosos y demás enfermos, resuciten a los muertos y eche fuera alas demonios. Gratuitamente han recibido este poder, ejérzanlo, pues gratuitamente”.  Ir por el camino, o sea que no se puede controlar todo y disponerlo todo desde una oficina o un despacho, hay que meterse entre la gente, en sus necesidades, no desde fuera, sino desde donde sufren las gentes, desde donde se duelen de sus carencias y sus debilidades.

“Que el Señor Jesús nos haga vivir y actual como él nos enseñó y vivir como él mismo vivió.

El Pbro. Alberto Ramirez Mozqueda espera sus  conclusiones  en alberami@prodigy.net.mx