Viernes después del Corpus. Sagrado Corazón
de Jesús A: Mt 11, 25-30
En el viernes, después del
domingo del Corpus, celebra
Para nosotros, en la vida
normal, la palabra “corazón” no indica sólo una parte de nuestro cuerpo, sino
también el centro de las emociones y sentimientos. En el tiempo de Jesús era el
centro más total, incluidos los pensamientos y deseos. Pero entonces y ahora
hablar de una persona con buen corazón es hablar del amor. Así llamamos a una
persona que es “cordial”.
Por lo tanto la devoción al
Corazón de Jesús es sobre todo devoción a su amor. El corazón, más que algo
material, es algo simbólico del amor de esa persona, que en el caso de Jesús es
hombre real, pero es al mismo tiempo Dios. Al pensar en el Corazón de Jesús,
pensamos en la persona más noble y tierna, en Jesús, que es el más amable y
digno de ser amado.
La devoción al Corazón de
Jesús es la devoción a su persona bajo el aspecto principal de su amor. Por
eso, al representar en imagen el Corazón de Jesús, no se debe representar el
corazón aislado de la persona, sino a la persona de Jesús, en quien se realza
su corazón. Este corazón, en las imágenes, tampoco debe tener sólo las
características y proporciones del corazón carnal, sino como sublimado. Es
decir, que es visible, pero simbólico, porque es emblema del amor.
Aunque todo el evangelio
nos habla del corazón de Jesús, es decir de su amor, en el evangelio de hoy, en
el ciclo A, aparece la única vez que Jesús mismo nos habla de su corazón. Nos
dice que debemos aprender de él, que es “manso y humilde de corazón”. Y esto es
para todos, los grandes en la tierra y los que se sienten sencillos.
Claro que los que llevan
una vida sencilla están más aptos para poder ser “humildes y mansos de
corazón”. Humilde no es precisamente el que se abaja, aunque muchas veces
deberemos hacerlo, sino el que reconoce que todo lo bueno es de Dios. Es sobre
todo el que no se apega a lo material para que sea Dios el que llene su alma.
Manso no significa apocado
o cobarde. La mansedumbre tiene relación hacia los demás. Para ser manso se
necesita ser valiente y esforzado; pero no para ir contra los demás, sino
contra sí mismo o contra las pasiones que se pueden tener dentro. Y cuando uno
ha superado y vencido, con la gracia de Dios, sus propias pasiones, es cuando
puede ser para los demás misericordioso, apto para el perdón. Así que se exige
a sí mismo para no exigirlo a los demás.
Esto es lo contrario de lo
que hacían los fariseos. Recordamos que estamos en el evangelio de san Mateo,
quien pone más de relieve el carácter interior de la doctrina de Jesús en
contraposición a la de los fariseos que ponían muchas leyes, muy difíciles de
cumplir para la gente sencilla. Por eso en el evangelio de este día Jesús da
gracias a su Padre porque la gente sencilla va comprendiendo su doctrina.
Y algo que hoy nos dice Jesús
es que su yugo es suave en comparación con el yugo opresor que era el complejo
de tantas leyes que querían imponer los fariseos. Jesús nos propone el yugo del
amor. Puede ser que cuando uno comienza la andadura de la vida espiritual
parezca algo pesado; pero cuando uno va penetrando más y más en la bondad del
Corazón de Jesús, su yugo va haciéndose más suave, lleno de paz y lleno de
mayor alegría.
Cuando se presentó Jesús
ante santa Margarita María de Alacoque, lo hizo
quejándose amargamente por el olvido y desprecio de tanta gente a su amor. Que
con nuestra vida llena de amor podamos desagraviar al amor de Jesús.