Domingo 12 ordinario CICLO A
La aveja no posa en flor vieja
Una
de las características del hombre de hoy es el miedo. Los asaltos se
multiplican, los hechos de sangre y de
violencia pululan por doquier, la extorsión y el soborno no se hacen esperar,
todo lo cual redunda en el miedo de salir a la calle, a abrir la puerta de la
casa, o viajar en el mismo ascensor o en los transportes públicos. Ya lo había
advertido Jesús, cuando Dios sale de la consideración, de la mente y del
corazón del hombre, entonces surgen los miedos, porque el hombre se vuelve
enemigo para el hombre. Cristo advierte
de aquellos hombres que pueden matar el cuerpo pero no pueden matar el alma, y
advierte de los que con sus acciones, su maldad y su pecado, hacen que otros caigan
también en el error, en el pecado y en la maldad. Es el mal que se multiplica
en la medida en que con nuestra vida no ponemos coto a la maldad y al egoísmo.
Pero
hay otro miedo más fuerte que todos los miedos anteriores y es el de
manifestarse plenamente como cristiano y como seguidor de Cristo Jesús. Eso sí
es un verdadero miedo, que impide que en la fábrica el obrero se muestre
disgustado cuando le muestran la página pornográfica, o cuando no muestra mucho interés por rechazar
el pecado carnal, o cuando se muestra reticente cuando se trata de proceder honradamente sin atentar contra los
bienes del patrón, aunque éste disfrute
de una gran fortuna. Sería el miedo del profesionista que cobra emolumentos y
honorarios estratosféricos, aún a sabiendas de que será muy difícil para los
demás pagar adecuadamente, pero con lo cual mantiene su prestigio y su estatus
social.
La
grandeza del hombre hoy estará precisamente en mostrarse plenamente seguidor de
Cristo Jesús, pero sin mojigaterías, con una verdadera convicción y llegando
hasta sus últimas consecuencias, procediendo con verdadera honradez, cosa no
muy apreciada el día de hoy, propiciando una condición de tal manera digna, que
todo hombre tenga un techo para vivir y una condición digna de hombre y del
cristiano. Las diferencias que estamos viviendo no han sido creadas
precisamente por el Señor y definitivamente no son queridas por él, pues las
aspiraciones de Cristo fueron precisamente otras, por las cuales él dio
voluntariamente su propia vida.
Ese
ha de ser el reconocimiento que Cristo quiere que nosotros le demos, delante de
los hombres, la búsqueda de una condición digna de hombres, de manera que así
alejemos los miedos que hoy han llegado a ser distintivos de nuestra época. Que
Cristo esté situado el corazón mismo de cada uno de los hombres y podamos vivir
de tal manera que demos idea de la
vida que viviremos cerca de nuestro buen Padre Dios. Que nuestra vida de
cristianos huela a fresco, a cosa recién
estrenada y permita que los jóvenes puedan gozar de la delicia del mensaje de
Cristo Jesús, a imitación de los mayores en la fe y en la esperanza.
El
Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx