TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO XIII A
Jorge Humberto Peláez S.J.
El
bautismo, comienzo de un camino de crecimiento en Cristo
ü Lecturas:
o II
Libro de los Reyes 4, 8-11. 14-16
o Carta
de san Pablo a los Romanos 6, 3-4. 8-11
o Mateo
10, 37-42
ü Cuando
leemos desprevenidamente los textos bíblicos de este domingo, nos encontramos
frente a tres inspiradores temas, aparentemente desarticulados entre ellos: la hospitalidad,
el sentido del bautismo y las opciones radicales que nos exige el seguimiento
de Jesús. Pero cuando dejamos que la Palabra de Dios resuene en nuestro
interior, empezamos a descubrir una trama sutil que une estos tres relatos.
ü Empecemos
por el texto de san Pablo en su Carta a los Romanos, en donde nos describe el
sentido profundo del bautismo, mediante el cual participamos de la muerte y
resurrección del Señor. En palabras simples, nacemos a una vida nueva. Para
muchas familias, el bautismo es una hermosa fiesta en la que celebramos el gozo
del nacimiento de un niño. Eso es cierto, pero para el creyente el significado
va mucho más allá. A pesar de los Cursos de Preparación al Sacramente del
Bautismo que se ofrecen a los padres y padrinos, pocas veces logramos
transmitir que, a partir del rito en la fuente bautismal, esa creatura, fruto
del amor de sus padres, empieza a recorrer un fascinante camino de transformación
interior. La gracia divina hace de él un ser diferente. Esta realidad nueva la
expresa el texto de la Aclamación antes
de la proclamación del Evangelio: “Ustedes son linaje escogido, sacerdocio
real, nación consagrada a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de
aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable”.
ü Este
proceso de transformación interior se irá dando en la medida en que participamos
en la vida sacramental de la Iglesia. Así entendemos que el bautismo no es un acontecimiento
aislado, cuya memoria se conserva en unas fotografías, sino el comienzo de un
camino de transformación en Cristo.
ü Esta
vida nueva que iniciamos debe implicar cambios profundos en nuestra manera de
actuar. El texto del II Libro de los Reyes nos aporta ricos elementos humanos y
teológicos. Allí se nos cuenta que una familia de la ciudad de Sunem acogía en
su casa al profeta Eliseo cuando debía viajar en cumplimiento de la misión que
le había sido confiada. Tenemos que reconocer que se da un fuerte contraste
entre la cálida hospitalidad de las culturas orientales, y el individualismo egoísta
que impera en nuestras grandes ciudades, habitadas por millones de seres
anónimos y solitarios.
ü La
hospitalidad de estos pueblos se desarrolló como una forma de protección para
los viajeros que debían recorrer largas distancias en medio de una carencia
total de infraestructura. El huésped era sagrado. Se lo acogía con un profundo respeto
y se le proporcionaba lo necesario para continuar el viaje. Esta solidaridad se
ha perdido en la cultura urbana, en la que cada uno busca sobrevivir de manera
aislada.
ü Tenemos
que redescubrir los vínculos de la solidaridad. Tenemos que abrir la puerta a
los necesitados. Es el llamado apremiante que nos hace el Papa Francisco. La pobreza
y la violencia han expulsado a millones de seres humanos de su terruño. Lo han perdido
todo. Y cuando llegan como desplazados a los centros urbanos, la gente los
evita como si fueran portadores de una enfermedad contagiosa.
ü Esta
vida nueva que se nos ha comunicado en el bautismo debe ser el comienzo de una sensibilidad
nueva de solidaridad con los más vulnerables. Recordemos que al final del
camino terrenal no seremos juzgados por los rezos y prácticas penitenciales,
sino por las manifestaciones concretas de solidaridad y acogida que hayamos
realizado: “Tuve hambre y me diste de comer, estuve desnudo y me vestiste”.
ü Vayamos
ahora al texto evangélico de Mateo para descubrir las enseñanzas del Señor
sobre el compromiso esperado para recorrer este camino de la fe iniciado con el
bautismo. Nos impresiona la radicalidad de las palabras del Señor: “El que ama
a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o
a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue,
no es digno de mí”. Estas palabras de Jesús no pueden interpretarse como un
desprecio de las relaciones familiares. En este texto encontramos varios mensajes:
o El
seguimiento de Jesucristo no puede considerarse como una actividad más que incorporamos
en nuestra agenda. No es una dedicación de tiempo parcial. Todo el proyecto de
vida debe quedar marcado por esta impronta.
o El
amor a Jesucristo no es un amor más que coexiste con otros amores, por sublimes
que éstos sean. Ocupa el centro de nuestros afectos. Todo lo demás está en
relación con Él. Los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola
confrontan al ejercitante con esta realidad y lo van preparando interiormente
para que asuma una posición clara ante el llamado del Maestro y supere las
ambigüedades.
o Tomar
la cruz significa ser coherentes con las enseñanzas del Señor, y esto nos llevará
a confrontaciones con personas que tienen visiones diferentes frente a la honestidad,
el manejo de los recursos públicos, la fidelidad, etc. La sociedad de consumo,
en nombre del libre desarrollo de la personalidad, ha mirado con permisividad
ciertos comportamientos que termina por aceptar como normales. La radicalidad
de la cruz nos pide llamar a las cosas por su nombre y establecer una clara
frontera entre los valores y los anti-valores.
ü Al
meditar en las lecturas de este domingo hemos comprendido la vida cristiana
como un camino de santificación que se inicia con el bautismo, que debe transformar
el ámbito de nuestra vida personal e íntima para irradiar a la comunidad. La
vida nueva que se inicia con el bautismo debe expresarse en acciones de solidaridad
y acogida hacia los necesitados y configurar una nítida escala de valores que
será la guía para la toma de decisiones.