«LA IDENTIDAD DEL DISCÍPULO MISIONERO»
Carta de
monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
para el domingo 13°
durante el año
[2 de julio de
2017]
Nuestra época está
marcada por profundas transformaciones de todo tipo. A veces nos quedamos
perplejos ante el rapidísimo avance tecnológico, bio-genético,
informático... todo esto tiene una estrecha relación con ámbitos fundamentales
para la existencia humana, como la ética, la economía o la misma cuestión
social. Lamentablemente a veces el pragmatismo lleva a priorizar de hecho el
«hacer sin pensar». No es raro que a veces se resuelvan y ejecuten cosas sin
prever suficientemente las consecuencias. De esta manera las opciones que vamos
realizando, con frecuencia acarrean serios problemas. Baste notar cómo a la par
que los avances tecnológicos nos sorprenden, convivimos con muchísimos niños
que están sumergidos en la desnutrición y son incapaces de acceder a un
aprendizaje normal. Y a la hora de pensar la educación muchas veces no evaluamos
suficientemente los contenidos y valores educativos que favorezcan un
desarrollo integral. De hecho priorizamos una especie de zapping informático y no nos planteamos el sentido de las cosas. Debemos
ser conscientes que, sumergidos en la rapidez de los cambios, si vivimos sólo
pragmáticamente, corremos el riesgo de deshumanizarnos y generar una crisis que
degrada la sociedad y la cultura.
El Papa Francisco en
la Encíclica Laudato Si´ nos advierte de esta situación. Los
efectos negativos del cambio global son
signos, «que muestran que el crecimiento de los últimos dos siglos no ha
significado en todos sus aspectos un verdadero progreso integral y una mejora
de la calidad de vida. Algunos de estos signos son al mismo tiempo síntomas de
una verdadera degradación social, de una silenciosa ruptura de los lazos de
integración y de comunión social.» (LS 46)
Muchas veces nos preguntamos
cuál puede ser nuestro aporte como cristianos en esta hora de la historia. La auténtica contribución de los cristianos
inicia con un compromiso serio por ahondar y formarnos en la propia fe y desde
ahí tener una real apertura y diálogo con nuestro tiempo. Quizá haya dos
palabras claves que debemos tener en cuenta que son: «identidad» y «diálogo».
El mismo Papa Francisco nos recuerda que «el cristianismo, manteniéndose fiel a
su identidad y al tesoro de verdad que recibió de Jesucristo, siempre se
repiensa y se reexpresa en el diálogo con las nuevas
situaciones históricas, dejando brotar así su eterna novedad.» (LS 121)
En el centro de
nuestra identidad como cristianos, está la persona de Jesucristo: Dios hecho
hombre. Él es la piedra angular de la creación y de la historia de la
Salvación. Es una tarea de cada cristiano comprender la centralidad de
Jesucristo en su vida y asociarse libremente a Él. Desde esta reflexión podemos
entender la afirmación del texto del Evangelio de este domingo (Mt 10,37-42). «El
que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a
su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10,3).
El intentar vivir con
identidad y coherencia de vida nos permiten entender la exigencia del
discipulado que nos propone el Señor: «El que no toma su cruz y me sigue, no es
digno de mí; el que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por
mí la encontrará» (Mt 10,38-39). Si realmente como cristianos queremos ser
discípulos de Jesús, trataremos de abrir nuestro corazón a sus enseñanzas. En
el poner en práctica la Palabra de Dios, en el ejercicio de la comunión
eclesial, nosotros alimentamos nuestra identidad y discipulado.
Una identidad clara
nos permite un diálogo más fecundo con el mundo. Sólo entonces podemos entender
que el discipulado debemos vivirlo en el mundo, en la familia, en el trabajo, en
la política, en la escuela... El discípulo auténtico es a la vez misionero. Se
siente impulsado a afrontar los desafíos del tiempo, iluminando desde Cristo
las realidades en penumbras.
Por la fe podemos
comprender esta propuesta del Señor, exigente, difícil de entender y sobre todo
de vivir, en este amanecer aún un tanto oscuro. Pero si somos capaces de asumir
esta propuesta estaremos transitando un camino de esperanza.
¡Un saludo cercano y
hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas