13ª semana del tiempo
ordinario. Viernes: Mt 9, 9-13
Hoy nos habla
El caso es que Jesús, que
no tiene acepción de personas, le llama para que sea uno de sus más íntimos
amigos. Seguramente vería en él un buen corazón dispuesto para grandes cosas a
favor del Reino de Dios. Por eso Mateo responde positivamente: “levantándose,
le siguió”. Este hecho de “levantarse” significa un cambio en la actitud de su
vida. Estaba “sentado”, que significa instalado en su oficio de recaudador, y
ahora se levanta para comenzar una vida nueva, de ilusión, pero envuelta
también en contrariedades. Es muy posible que antes de esta última llamada y
respuesta habrían tenido varias conversaciones. Sabemos que Jesús vivía
principalmente en Cafarnaún. El hecho es que Jesús le
da un voto de confianza sin pedirle confesiones públicas de conversión. Esta es
una gran enseñanza para nosotros para no ser intransigentes como los fariseos,
sino tolerantes: aprender de Dios que es “rico en misericordia”.
Mateo se alegró con esta
llamada de Jesús. Tanto que organizó una comida para festejarlo. Y para
acompañarle invitó a sus amigos que eran gentes, sobre todo, de su mismo
oficio. Jesús estaba contento, comiendo en medio de todos ellos. Es muy posible
que algunos discípulos, pescadores y tradicionalistas, no estuvieran tan
contentos y estarían algo separados, por lo que fueron abordados por los fariseos,
a quienes no les parecía nada bien el hecho de que Jesús, que se tenía por “maestro”,
estuviera comiendo con los que ellos llamaban “pecadores”. Jesús oyó las críticas
y fue a su encuentro dándonos hoy una gran lección de la misericordia de Dios.
Jesús comienza de una
manera un poco irónica a decirles que los enfermos son los que tienen necesidad
del médico, no los sanos. El era el médico celestial y allí había unos cuantos
“enfermos”. En realidad los fariseos estaban más enfermos; pero no lo veían así
y no querían recibir las medicinas de Jesús. Los fariseos ponían su esperanza en
unas leyes externas sin mirar al corazón. Jesús enseña que lo más importante es
el corazón, el amor. De nada sirven los ritos si el corazón está vacío de amor.
Los fariseos no entienden que haya tanta fiesta en el cielo por un pecador que
se convierte, como Jesús goza en aquella fiesta porque una persona ha cambiado
de vida.
Por todo ello, les recuerda
Jesús aquel dicho del profeta: “Misericordia quiero y no sacrificios”. Los
fariseos se arrogaban unos poderes totales sobre la interpretación de la ley
bíblica, imponiendo al pueblo un yugo insoportable. Ignoran que Dios es
libertad y no esclavitud. Jesús nos expone que Dios no es un dios tirano, sino
el Dios bueno. A veces a nosotros mismos nos cuesta creer que Dios nos ame
tanto, porque le hacemos a nuestra imagen y le queremos poner nuestros propios
sentimientos y reacciones. Jesús ha venido a buscar a los pecadores porque les
ama y no quiere que se pierdan. Es un amor tolerante, comprensivo, dispuesto a
perdonar. Es el ejemplo para nosotros, y para que con nuestras vidas cantemos
las misericordias del Señor.