XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Jesús, el aliento de todos los agobiados

 

El texto evangélico de este domingo ordinario (Mt 11,25-30) tiene tres  elementos importantes: la bendición al Padre, la manifestación sobre la  relación entre el Padre y el Hijo y la invitación a la amistad con Cristo para  tener aliento en la vida. De estas tres partes, las dos primeras están también en  Lucas (Lc 10,21-22) con una afinidad casi literal y pertenecen a los dichos de la  fuente Q, recogida en Mateo y Lucas. Pero sólo Mateo incorpora los últimos  versículos (Mt 11,28-30), que expresan la llamada de Jesús a todos  los cansados y agobiados para encontrar en él, Mesías sencillo y  humilde, amigo de los últimos, el aliento necesario para la vida.

 

En el evangelio de Mateo sólo aquí, en Getsemaní y en la cruz aparece el  contenido de la oración de Jesús. En este caso es una forma de bendición,  típica en la tradición bíblica, que expresa un agradecimiento público ante el  Padre. El motivo de la oración es la revelación a los pequeños y el  ocultamiento a los sabios y entendidos de las cosas relativas al conocimiento de  la relación entre el Padre y el Hijo. Los que se las dan de sabios y  entendidos, en virtud de su autosuficiencia y de sus prejuicios, se autoexcluyen  de la revelación de Dios, el cual se da a conocer abiertamente a los "pequeños".  Estos pequeños, según Mateo, suelen ser los discípulos (Mt 10,42; 18,2- 6.10.14) y están particularmente llamados a ser sencillos y humildes como el  Mesías.

 

La invitación final de Jesús para venir hacia él aparece en este evangelio en los  pasajes relativos a la llamada al seguimiento radical (Mt 4,19), a las bodas de  parte del padre (Mt 22,4) y a entrar en el Reino por parte del Hijo del Hombre  cuando venga la majestad de su gloria (Mt 25,34). Los destinatarios de esta  invitación de Jesús son los discípulos, los vagabundos y los que se han  comportado atendiendo bien a los necesitados y marginados. En el texto de hoy  se trata de los oprimidos por el sistema legal de la época y por las  circunstancias sociales y económicas, que generan cansancio, agotamiento y  agobio ¡Cuántas personas se encuentran hoy así en nuestro mundo! ¡Víctimas  del sistema!

 

 Jesús invita a los que llama para que carguen sobre sí su "yugo". El yugo es una  imagen bíblica que se refiere a la Alianza del Señor (Jer 2,20; 5,5) y a la  sabiduría contenida en los mandamientos y en la ley del Antiguo Testamento  (Eclo 51,26). El yugo que Jesús ofrece no es el del cumplimiento de las leyes,  sino la aceptación de la Nueva Alianza con Dios que él mismo encarna en su  persona, humilde y sencilla. Es la aceptación de la nueva revelación que tiene  como contenido la identidad de Dios como Padre, la de Jesús como Hijo  y la relación entre ambos. Los pequeños son los que mejor perciben que  Jesús como Hijo es el rostro vivo del Padre. El anuncio y la revelación de Dios  como Padre y la acogida de este Evangelio por parte de los pequeños es lo que  constituye la gran alegría de Jesús. No olvidemos que la manifestación  fundamental del Hijo de Dios en los Evangelios, por sorprendente y paradójica  que parezca, es Jesús crucificado y muerto. Para percibir la gran verdad de esta  paradoja es necesario ser pequeño, sencillo y humilde de corazón y, sobre todo,  concentrar la atención en los crucificados, marginados y agobiados.

 

Sin embargo, lo que Jesús promete no es la solución inmediata de los  problemas ni la superación mágica de las dificultades sino el aliento, el  alivio, uno de los dones mesiánicos (Is 14,3; Jer 6,16), que implica descanso y  reposo en orden a restaurar fuerzas para seguir adelante. Jesús mismo es el  lugar del descanso, de la paz y de la recuperación del aliento.

 

La última exhortación de Jesús es a aprender de él, que es el Mesías sencillo,  manso y humilde de corazón. El término griego prays, correspondiente a la  mansedumbre, designa a personas no violentas, sencillas y pacíficas. En el texto  de este domingo, como en Mt 21,5, el evangelio de Mateo presenta a Jesús,  como Señor y como Mesías, pero de manera sorprendente. La soberanía de  Jesús es la de la humildad y la sencillez, la de la mansedumbre y la no violencia.  Su grandeza es la de ser servidor de los otros y su autoridad la del que va a ser  crucificado para revelarnos dónde y cómo podemos encontrarnos con Dios en  esta tierra. En Mateo, el acercamiento mesiánico de Jesús a Jerusalén (Mt 21,5)  caracteriza a Jesús como Mesías manso y humilde y gira en torno al texto bíblico  que anuncia la venida de un rey con las palabras proféticas de Zacarías que  también hoy se leen (Zac 9,9-10). Mateo subraya así la cualidad mesiánica de la  mansedumbre. Mansedumbre es la virtud que combina la sencillez, la no  violencia, la humildad y la solidaridad compasiva. Éste es el Mesías de la  Pasión y de su sencillez y humildad es de quien los discípulos y todos sus  seguidores debemos aprender. En el seguimiento de este Jesús es donde  encontraremos reposo, aliento y esperanza para seguir adelante en  nuestras vidas.

 

 La Carta a los Romanos es el texto del Nuevo Testamento donde mejor se  desarrolla lo que significa para el ser humano la vida en el Espíritu de  Cristo y más exactamente en el capítulo ocho, del cual hoy se lee un pequeño  fragmento (Rom 8,9.11-13). A partir de Cristo muerto y resucitado la Nueva  Alianza prometida en el profeta Jeremías (Jer 31,31) se ha cumplido en el ser  humano pues, por medio del Resucitado que nos comunica su mismo Espíritu, el  Espíritu, y no la carne, es el que domina ya la vida del cristiano. El Espíritu  del que resucitó a Jesús de entre los muertos es el fundamento de la vida nueva  cristiana y la garantía que avala el futuro de la humanidad. El Espíritu de  Cristo es el del crucificado y resucitado, es el que habita en nosotros y nos  permite vivir en la libertad de los hijos de Dios y en el amor que caracteriza la  vida cristiana liberada y creada de nuevo por Dios. Los que son de Cristo han  crucificado la carne con sus pasiones desordenadas (Gal 5,24).

 

 Pablo sostiene que ya no somos deudores de la carne. "La carne simboliza –  dice en su espléndido comentario X. Alegre – aquel estilo de vida que nos lleva  a encerrarnos en nuestro propio egoísmo, buscando el honor, el dinero o el  poder a cualquier precio, disfrutando de la propia vida a costa de los demás y de  la explotación de la naturaleza, adaptándonos así a la lógica deshumanizadora  de este mundo profundamente injusto y egoísta, que encuentra su expresión en  las tremendas desigualdades económicas, sociales y políticas, que dividen a las  personas y los pueblos, provocando la violencia que azota nuestras sociedades,  sobre todo en los países empobrecidos". Sin embargo la alternativa de vida  propuesta por Pablo nace del Espíritu de Cristo en nosotros y así el apóstol  sostiene que si, mediante el Espíritu damos muerte a las obras del cuerpo,  tendremos vida.

 

 Esta es la novedad de vida en la que hemos de caminar como hijos de Dios,  con la sencillez y la humildad propias del crucificado. En este Espíritu de  Cristo se encuentra el aliento y el reposo que renueva nuestras fuerzas en medio  de los cansancios y agobios de la vida presente. Acojamos por tanto la invitación  del Señor: ¡Vengan a mí, los agobiados, y yo los alentaré!

 

 José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura