D O M I N G O  XV    ( A )     (Mateo, 13, 1-23)

¿Qué clase de terreno ofrecemos nosotros al Señor: árido o abonado?.

- No todos los que saben mucho poseen también ese “registro” de la sabiduría que consiste en saber ponerla al alcance de los más sencillos.

  Cristo, ¡claro está!, sí que poseía esta virtud y, a través de sus Parábolas, supo poner la sublimidad de su doctrina al alcance de todos.

¡La parábola del sembrador es una buena prueba! Con una imagen tan familiar para sus oyentes, (la del sembrador que sale a sembrar), va a poner de manifiesto la otra siembra de su Palabra y los distintos comportamientos que podemos nosotros adoptar ante la misma. ¡La Parábola nos hace fácil,  vernos identificados en esos distintos terrenos que reciben la semilla!

           - ¿Quien de nosotros no ha protagonizado, en ocasiones, la dureza del camino, resistiéndonos o inutilizando la semilla de la Palabra divina? 

            - ¿Quién de nosotros, a veces, no ha escuchado con entusiasmo esa Palabra de Dios pero después, la ha malogrado por la flojera, la  inconstancia, dejándola infecunda, como la semilla del terreno pedregoso?

            - O, ¿quién no ha experimentado alguna vez el desvanecimiento de sus  buenos deseos, sofocados por los reclamos del “hombre viejo”, como le ocurrió a  esa otra semilla que, cayó entre zarzas? 

            - Pero, para nuestro consuelo, también tenemos experiencia de esas ocasiones, en las que, escuchamos sinceramente la Palabra de Dios, cosechando el 30, 60 ó 100 %, como la semilla que, cayó en tierra buena.

- Otras consideraciones se deducen también de esta Parábola:

   1ª) Que la semilla, (la Palabra de Dios), es siempre la misma, siempre buena y eficaz en sí misma.

   2ª) Que esa semilla la esparce el Señor abundantemente y en las más diversas circunstancias, dando al hombre continuas oportunidades.

   3ª) Y que, cada uno de nosotros somos ese terreno donde el Divino Sembrador lanza continuamente la buena semilla de sus mensajes pero, el aprovechamiento de esa Palabra de Dios depende exclusivamente de nosotros, según el buen o mal uso que hagamos de nuestra libertad porque, como sentenciaría San Agustín, “El que te creó sin ti, no te salvará sin ti”,     poniendo de manifiesto esa irremplazable responsabilidad personal, que  nos incumbe a cada uno en el proceso de nuestra salvación, cooperando o no con Dios, a los continuos reclamos de su Gracia.

-  Aprovechemos hoy el mensaje de su Palabra y brindémosle al Señor la buena tierra de nuestro corazón, respondiendo a su magnanimidad, con nuestra generosa responsabilidad.                                               Guillermo Soto