15ª semana del tiempo ordinario.
Lunes: Mt 10,34 – 11,1
San Mateo tiene una
característica en su evangelio especial de modo que en varios momentos, cuatro,
reúne palabras o dichos de Jesús sobre algún asunto especial. El primero de
estos discursos es el sermón de la montaña en que nos expone las
características que debe tener quien quiera ser discípulo suyo.
Ahora Jesús, en otro
discurso, está instruyendo a sus discípulos para mandarlos a predicar. Habría
un momento puntual; pero el evangelista recoge frases que Jesús diría en otros
momentos para que mejor pudieran predicar su doctrina aquellos discípulos y
todos los que quieran ser predicadores del evangelio.
Una de las ideas que dice
Jesús aquí, y que aparece en otras partes del evangelio, es que quien quiera
ser predicador del evangelio debe ser cristiano radical. Es decir que debe
pertenecer a Jesús desde la raíz de su alma. Por eso el amor a Jesucristo debe
ser superior al de los miembros más íntimos de la familia como pueden ser los padres
o los hijos.
Lo bueno es que el amor a
Jesucristo de hecho no debe quitar nada al amor familiar, sino que lo sublima.
Pero la realidad es que a veces, por seguir plenamente el amor a Dios, suceden
conflictos familiares, ya que no todos somos santos. Ha habido hombres, y
especialmente mujeres, que han tenido que “huir” de casa para dedicarse
plenamente al Amor.
No es lo normal, porque
debería haber comprensión por ambas partes. También por quien se decide a
entregarse a Dios, pues quizá convenga que se entregue plenamente a Dios
cumpliendo con el mandamiento de amar a los padres, si debe atenderles.
Puede haber también
conflictos familiares, sin que deba haber una separación, sólo por el hecho de
que convenga defender la fe en Jesucristo. En estos casos se necesita mucha
prudencia y dejar que el Espíritu Santo guíe con sus dones a quien se deja
guiar por Él.
Hay varios momentos en los
evangelios en que Jesús nos pone en la disyuntiva de ganar o perder la vida. Es
la contraposición entre el vivir según los principios del mundo y el vivir la
vida, principio de la vida eterna, que Jesús nos adquirió con su pasión y
muerte. De hecho Él mismo es
La verdadera vida, dice
Jesús, la encuentra uno cuando no se deja llevar de los atractivos superfluos
de esta vida terrenal. Simplemente se trata de llevar las cruces de cada día,
que todos tenemos que llevar, ya que esta vida no es el final, siguiendo a
Jesús. Siguiendo a Jesús significa llevar las cruces de cada día haciendo el
bien, sabiendo que un día todo esto tendrá una gran recompensa.
Y al hablar de recompensa,
nos habla Jesús del hecho de acoger a quien nos habla en nombre suyo. Esto es
lo que significa ser apóstol o profeta o justo. Aunque sólo sea un vaso de agua
que se dé a quien viene en nombre del Señor o porque vemos en él como una
imagen del Señor, habrá una gran recompensa.
No es fácil el camino de
Jesús y el de quien quiere ser discípulo suyo de verdad. El anciano Simeón ya
había anunciado a
Es necesaria la paz, con
Dios, con los demás y consigo mismo; pero quien quiere seguir a Jesucristo y ve
las maldades que hay en el mundo, no puede estar nunca “en paz”, porque debe
trabajar con todas sus fuerzas para que el mundo se componga y podamos todos
conseguir la paz, que sea garantía de la paz total en el cielo. Y esto no es
muy fácil.