16ª
semana del tiempo ordinario. Lunes: Mt 12, 38-42
Jesús estaba tratando de
convencer a un grupo de fariseos y escribas o maestros de la ley. Todo era
inútil porque se encerraban en su soberbia, viendo como malo todo lo que hacía
y decía Jesús. Tan mal les parecía que comenzaron a decir que lo que hacía
Jesús era en nombre del príncipe de los demonios.
Eso sí que le sentó mal a
Jesús, llegando a decir que era una “blasfemia contra el Espíritu Santo”. Era
un pecado muy difícil de perdonar, porque la persona se encerraba en sí,
oponiéndose de plano a la predicación de Jesús.
Entonces algunos de ellos
le dicen a Jesús que le creerían si hiciese una gran señal. Para ellos una gran
señal sería algún signo fuera del plano terrestre, algo grandioso y
espectacular en el cielo o firmamento.
Siempre ha sido una gran
tentación para muchos el querer que Dios manifieste de una forma ostentosa su
presencia para convencer a los que no creen en él. Por ejemplo, que un día
escribiese su nombre en el cielo de forma espectacular, de modo que claramente
ningún ser humano lo hubiera podido hacer.
Era la posición del demonio en las tentaciones del desierto queriendo
que Jesús hiciese algo ostentoso para convencer al pueblo de su poder y
ciencia.
No es la manera de actuar
de Dios. Él nos ha dado la libertad para que respondamos con amor a su amor.
Dios no quiere apabullar a nadie. Dios es amor y misericordia. Este es el gran
mensaje que Jesús nos ha dado sobre la esencia de Dios. El amor no puede
convencerse por la fuerza, sino con amor y entrega. Y nosotros libremente
podemos aceptarle o rechazarle.
Y para demostrarnos su amor
vino a vivir entre nosotros como un niño sencillo. Y luego se dejó matar por
nuestro amor, clavado en la cruz. Eso sí: luego resucitó al tercer día, como lo
había dicho, porque el amor tiene que triunfar. La muerte y la resurrección de
Jesús es la gran señal para que creamos en su amor.
Para que los judíos lo
pudieran un poco entender, y los apóstoles después recordaran, el tiempo que estuvo
en el sepulcro antes de resucitar lo asemejó a los tres días que estuvo el
profeta Jonás en el vientre del cetáceo. Jonás estuvo como muerto para que,
salvado por el Señor, pudiera predicar la conversión en Nínive.
La muerte y resurrección de
Jesús nos debería llevar a un cambio de vida: morir al pecado para resucitar a
la vida de la gracia. Jesús contrapone el resultado bueno de la predicación de
Jonás con lo que allí se estaba realizando. Jesús es más que Jonás y sin
embargo su predicación se ve rechazada por los fariseos y las clases sociales
orgullosas de Jerusalén.
Por eso éstos serán
rechazados mientras que muchos paganos ocuparán el lugar de los judíos y serán
agregados para estar con Jesús en el juicio definitivo de Dios al final de los
tiempos.
Hoy también hay mucha gente
que sólo busca en
Jesús no hacía los milagros
por ostentación, sino por misericordia y para realzar la fe. Pero el principal
signo de la presencia de Dios era su propia persona. La vida de Jesús será el
testimonio principal para la fe de los apóstoles y nos indicará la manera de
cómo vivir nosotros la fe. Para nosotros será también testimonio la vida de los
santos como fieles imitadores de la vida de Jesús.