16ª semana del tiempo
ordinario. Miércoles: Mt 13, 1-23
Siguiendo el evangelio de
san Mateo, llegamos al capítulo 13 en el que se nos exponen una serie de
parábolas. San Mateo, como habré dicho alguna vez, más que orden histórico, va por
temas. El evangelio de hoy enuncia la parábola de “el sembrador”. Es la primera
de las grandes parábolas en que, por medio de una historia de la vida
cuotidiana, Jesús nos va descubriendo los misterios del Reino de Dios. Jesús
nos habla de la palabra de Dios y de la disposición que deben tener las
personas para acoger dicha palabra. Lo mismo que para que un terreno
fructifique debe estar “cultivado”, así el alma debe prepararse para recibir la
palabra de Dios. Fructificará según la actitud de las personas. La explicación
la hará después. Hoy es el enunciado.
Lo primero que nos dice el
evangelista es que es una doctrina importante de Jesús. Esto lo manifiesta con
la expresión: “se sentó”. Sentarse significa comenzar a hablar como un maestro
de la ley. Jesús nos va a describir, por medio de estos ejemplos, en qué
consiste el Reino de Dios, que ha venido a enseñar e instituir.
La parábola nos habla de un
sembrador que, al sembrar a voleo según era el estilo antiguo, su semilla cae
en terrenos diversos. Señala cuatro clases de tierra. Hoy sólo se señalan los
terrenos, aunque podemos entrever alguna aplicación a cada uno de nosotros. El
primer terreno es infructuoso porque es parte del camino. Al ser camino pueden
pasar dos cosas: que la simiente se pise y no pueda penetrar en la tierra o que
vengan los pájaros y se la coman. Jesús lo aplicará a los que tienen el corazón
duro para Dios y para los demás. Y también a los que fácilmente admiten pájaros
que se llevan la semilla buena, como pueden ser profetas falsos o ideologías
engañosas.
La segunda clase de tierra
parece buena, pero debajo está llena de piedras que no deja ahondar la raíz.
Por lo tanto, cuando sale el sol, quema la planta sin raíz y se seca. Jesús
verá aquí a los inconstantes, los que no tienen fundamento y no tienen fuerza
para vencer las dificultades.
La tercera clase es buena
tierra, con hondura, pero con muchas zarzas y espinas. Jesucristo dirá que
estas zarzas son las demasiadas “preocupaciones de la vida” y especialmente las
riquezas, que suelen atenazar el alma, impidiendo que den frutos verdaderos que
sirvan para la salvación eterna.
Parecería que la parábola
fuese pesimista; pero la cuarta clase de tierra llena el corazón de Jesús, y lo
llenará más si nosotros nos esforzamos para pertenecer a esta clase. Son
aquellos que oyen la palabra, procuran entenderla y la acogen con amor en su
corazón. Dice que una parte de semilla cayó en tierra buena: tenía hondura y
frescor, no tenía zarzas o impedimentos y fructificó. No todo de la misma
manera, pero sí para alegrar el corazón del labrador, con el treinta, el
sesenta o hasta el ciento por uno. Quizá no sean demasiados los que aceptan la
palabra de Dios. Entre estos hay mucha diferencia; pero siempre ha habido y
continúa habiendo santos que aceptan plenamente la palabra y la ponen en
práctica.
A ellos, y espero que a
nosotros, les dice Jesús: “Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos
porque oyen”. Hoy termina esta primera exposición con esa frase, que parece era
una especie de refrán: “El que tenga oídos, que oiga”.
Esto significaba que la
parábola merecía una explicación, que El estaba anuente a darla a quien
quisiese de verdad que la palabra de Dios fructificase en su alma. Porque, como
había dicho al terminar el sermón de la montaña, no basta con escuchar la
palabra de Dios, sino hay que ponerla en práctica, hacer que dé frutos de
buenas obras para glorificación de Dios y bien propio.
Jesús nos hace reflexionar
que no es lo mismo oír que comprender, no es lo mismo ver que conocer. En este
mundo hay muchas palabras interesadas, propaganda egoísta. La palabra de Dios
es vida y debe producir vida.