16ª semana del tiempo
ordinario. Viernes: Mt 13, 18-23
San Mateo en este capítulo
13 de su evangelio nos va exponiendo algunas parábolas con las que Jesús
explicaba diversas facetas del “Reino de Dios” o, como suelen decir mejor ahora,
de su “reinado”. Y ha comenzado a exponer la primera, que es la del sembrador.
Nos dice Jesús que la palabra de Dios se va sembrando en el mundo; pero que la
recepción es de diferente manera.
Fundamentalmente había
señalado Jesús cuatro clases de tierra muy diferentes. Y ahí había quedado.
Para nosotros es relativamente fácil entender el significado de estas cuatro
clases de tierra. No así para los apóstoles. Por lo cual se lo preguntaron a
Jesús. Esta era una razón de dejarlo como en “suspense”: para que quien tuviera
interés, lo preguntase y buscase la explicación. Se entiende que quien busca
una explicación es porque tiene buena voluntad de mejorar. Por eso nosotros, si
pertenecemos a una clase de tierra no apta para dar fruto, la mejoremos de modo
que la palabra de Dios pueda fructificar en nuestro corazón.
El evangelio de este día
nos trae la explicación que Jesús dio a los apóstoles. La primera clase de
tierra propiamente no era ni tierra, era camino. Y el camino suele estar duro
porque se pisa constantemente. Así que los granos que caen allí, al sembrar “a
voleo”, se pierden. Jesús nos dice que esto sucede, cuando cae la palabra en
personas que no la entienden. No se trata de que estas personas sean
deficientes, sino más bien que “no quieren entender”. Su actitud no es la de
acoger la palabra.
Estos son los que ya de
principio están en contra o porque no quieren cambios en su vida o no quieren
molestias. Estos tienen un corazón duro para Dios y normalmente también para
los demás. Como se suele decir: por un oído les entra y por otro les sale la
palabra de Dios y los buenos consejos. A veces esto se debe a agentes externos,
como pueden ser profetas falsos o ideologías engañosas, que les arrebatan la
buena semilla, como lo hacen los pájaros comiéndose lo que cae en el camino.
La segunda clase de tierra
decía Jesús que era buena, pero debajo está llena de piedras que no deja
ahondar la raíz. Dice Jesús que éstos reciben la palabra con alegría; pero como
no tienen raíz o fundamento, son volubles o inconstantes. Hay personas que se
entusiasman enseguida, pero dura poco; buscan en la religión y en el culto sólo
lo sensiblero, lo afectivo, sin contenido y sin base, sin una adhesión profunda
de su fe, que les ayude a resistir tantas tentaciones que hay en la vida. No
son personas de principios recios cristianos; por eso vemos tantos matrimonios
que no perduran o vocaciones que no se tienen por verdaderas para toda la vida.
Son entusiasmos efímeros, faltos de consistencia en sus buenos propósitos, que
ante las pequeñas dificultades, siempre retroceden.
La tercera clase es buena
tierra, con hondura, pero con muchas zarzas y espinas. Son los que tienen
demasiadas “preocupaciones de la vida”, que si el sueldo no llega porque
quieren tener tantas cosas, que si viajes, fiestas, etc. Son los que están en
manos de las riquezas, o porque son ricos o porque lo quieren ser y no son
capaces de sacrificar nada del bienestar conseguido o deseado.
Parecería que la parábola
fuese pesimista; pero la cuarta clase de tierra llena el corazón de Jesús, y lo
llenará más si nosotros nos esforzamos para pertenecer a esta clase. Son
aquellos que oyen la palabra, procuran entenderla y la acogen con amor en su
corazón. No sólo la acogen con humildad y con deseo de progreso en el bien,
sino que perseveran y piden gracia para perseverar. Entre estos hay mucha
diferencia; pero siempre ha habido y continúa habiendo muchos santos que
aceptan plenamente la palabra y la ponen en práctica. A este grupo queremos
pertenecer. Para ello quitemos los obstáculos, acojamos con amor las enseñanzas
de Dios y pongámonos en sus manos, que son manos de Padre lleno de bondad.