DECIMOSEXTO DOMINGO ORDINARIO, Ciclo A
(Sabiduría 12:13.16-19; Romanos 8:26-27; Mateo 13:24-30)
Recientemente un exsoldado de Irak escribió un libro acerca de su regreso
a casa. Cuenta de un círculo vicioso de excesos: drogas, alcohol,
pleitos, sexo. Realmente sus experiencias parecen más patéticas que
emocionantes. Describe, por ejemplo, cómo un compañero – otro veterano –
se suicidó del estrés. Indica que él iba por el mismo camino. Entonces
con la ayuda de un psicólogo podía cambiar su vida. Con la publicación
del libro el exsoldado descubrió cómo su historia tuvo valor. Las
experiencias – tan horribles como fueran – resuenan con las de miles de
otros veteranos. Por describirlas con toda honestad ayudó a los demás
hacer sentido de las dificultades de sus vidas.
La historia del veterano de Irak refleja el propósito de la parábola de
Jesús en el evangelio hoy. A pesar de que el evangelista Mateo tiene a
Jesús contando parábolas para confundir a la gente, los investigadores de la
Biblia insisten que originalmente Jesús tenía otro motivo. Según ellos
Jesús habló con parábolas para ilustrar su doctrina a los sencillos. En
el caso de la parábola acerca del trigo y la cizaña Jesús explica la razón que
Dios permite el mal. Como el agricultor no arranca la cizaña porque no
quiere que se saque la cosecha buena, Dios tolera alguna maldad para ver quien
es bueno y quien malo.
Tal vez nosotros también nos encontremos metidos en algún mal.
Puede ser la pornografía o aún una relación ilícita. Puede ser un grupo
de chismosos o el hábito de tomar cosas ajenas. Una vez yo era
acostumbrado a criticar todo en un modo satírico. Casi nada y nadie eran
tan buenos que no los insultara para sacar risas de mis compañeros.
Entonces me di cuenta de lo que estaba haciendo: depreciando a otras
personas para gratificar al yo mío. Gracias a Dios, podía superar este
vicio. Leí un folleto titulado “Desde el resentimiento a la gratitud” que
me cambió la perspectiva. No más quería ser conocido por el satirio sino
por ser justo y moderado en el juicio.
Jesús llama a todos a
tal conversión. No sólo a los globalmente considerados malvados sino a
cada uno de nosotros. Y no sólo una vez en nuestras vidas sino
continuamente. Pues para ser hijas e hijos de Dios dignos de vivir en su
Reino, tenemos que amar a los demás como él ama. Es decir, tenemos que
poner fin a la pornografía, los chismes, las críticas excesivas, o lo que
sea para aprender cómo amar sin peros y prejuicios. Del evangelio hoy
sabemos que Dios nos da tiempo para atravesar el camino del amor
perfecto. Sin embargo, el tiempo no es infinito. Deberíamos
emprender el camino ahora.