DECIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO, CICLO A

 

(Isaías 55:10-11; Romanos 8:18-23; Mateo 13:1-23)

 

Cuando yo era adolescente, asistía en una segundaria católica.  Cada día teníamos la misa en la capilla durante el período de lonche.  No era obligatorio asistir en la misa, y la mayoría de los muchachos no lo hicieron.  Pues, aquellos que asistieron, tenían que apurarse después al comedor para tomar su comida antes de la próxima clase.  Hubo algunos muchachos que entraron en la capilla para que su profesor de la religión los viera.  Él estaba allí cerca de la entrada con su libro de notas en mano evidentemente acreditando a quienes entraran.  Después de cinco minutos, cuando el maestro se había partido, el grupo salió con sonrisas en la boca.  Sin duda, pensaban que han ganado el crédito por haber asistido en la misa sin sacrificar el tiempo para divertirse durante el lonche.  Jesús se dirige sus parábolas a personas como estos muchachos en el evangelio hoy.

 

Parece raro que Jesús utilizaría las parábolas para esconder su mensaje.  Pero esto es lo que él mismo dice cuando contesta la pregunta de sus discípulos.  Ellos querían saber por qué habla con comparaciones y no con palabras directas.  Dice Jesús: “’Por eso hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no entienden’”.  Él sabe bien cómo alguna gente ha acudido a él no para escuchar su llamada a arrepentirse.  Más bien, lo buscan para ver las sanaciones que hace y para comer el pan que reparte. Para ellos Jesús se ha hecho en un espectáculo más llamativo que el partido para el campeonato de la Copa Mundial.

 

¿Qué rinde la gente tan resistente a la conversión?  Se puede recorrer a la parábola que Jesús acaba de contar para la respuesta. La gente que no quiere arrepentirse  es como los primeros tres grupos que Jesús describe.  Algunos no se arrepienten porque están sofocados por los placeres.  Son como semillas echadas por la orilla del camino que los pájaros se llevan.  Pero en este caso los pájaros son las drogas, el sexo, y el alcohol en exceso.  Otros son como semillas en tierra pedregosa no bien dispuestas a arraigarse.  Les interesa la llamada para amar a todos pero les falta el dominio del yo para realizarlo.  Aún otros tienen mil quehaceres de modo que se desconozcan lo más importante.  Son como las semillas que aterrizan entre los espinos.  Se pierden a sí mismos en medio de la lucha para ganar la vida.

 

No es que todas las semillas sean perdidas.  Algunos granos caen en tierra fértil de modo que den mucho fruto.  Son como tres familias que hicieron sus vacaciones este año en una misión a México ayudando a los pobres.  Los padres y los hijos tuvieron sus tareas, sea reconstruir una casa o sea cuidar a los niñitos allá.  También tomaron tiempo para rezar y descansar en un ambiente donde el ritmo de la vida es más lento.  Ciertamente los niños de estas familias están siendo preparados como tierra buena para recibir la palabra de Dios.  Con toda probabilidad estos niños rendirán cosechas muy agradables a Dios.

 

Aunque nosotros venimos a la misa dominical, es posible que correspondamos más a uno de los grupos que no reciben bien el mensaje de Jesús.  Tenemos que preguntar si estamos aquí sólo para ver a nuestros amigos o solo para evitar el infierno cuando moramos.  Si estos son nuestros motivos, a lo mejor el evangelio nos parecerá como un cuento bonito, es decir sólo una parábola.  Pero si venimos para aprovecharnos de la presencia del Señor de modo que amemos a los demás como deberíamos, entonces las palabras del evangelio serán como los órdenes del médico salvando nuestras vidas.  Otra vez, si estamos aquí para prepararnos a amar a los demás, las palabras del evangelio salvarán nuestras vidas.

Padre Carmelo Mele, O.P.