«SOBRE LA
INDIFERENCIA»
Carta de monseñor Juan Rubén
Martínez, obispo de Posadas
para el domingo 17° durante el año
[30 de julio de 2017]
El
Evangelio de este domingo (Mt 13,44-52), nos presenta algunas parábolas que nos
hablan del asombro y de la alegría de aquellos que desde la experiencia de la
fe descubren el Reino de Dios. Nos dice el mismo Señor que, dicha experiencia
es como encontrar un tesoro de gran valor y por el cual uno es capaz de vender
todo lo que tiene para conseguirlo. También compara el Reino con una perla de
gran valor: «Y al encontrar una (perla) de gran valor, fue a vender todo lo que
tenía y la compró» (Mt 13, 46). Desde ya
que debe surgirnos la pregunta básica, pero esencial a nuestra condición de
cristianos: ¿qué lugar ocupa Cristo y ese Reino que Él nos comunica en nuestra
vida? Podemos entender este mensaje y acceder a este Reino, solamente cuando
nos encontramos con el Señor. Y la puerta que nos permite tener esta
experiencia que nos alegra y nos da la paz, es la fe. El «tesoro» de los
Apóstoles y de los discípulos que colmó de gozo definitivamente sus vidas fue
encontrarse con el rostro de Jesús resucitado. Ese rostro que los Apóstoles
contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien
habían vivido unos tres años y que ahora se manifestaba mostrándoles «las manos
y el costado». Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron
sólo después de un laborioso itinerario del Espíritu (Lc
24, 13-35). En realidad aunque vivieron y tocaron su cuerpo, sólo la fe pudo
franquear el misterio de aquel rostro…
A
los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les
pregunta quién dice la gente que es Él. De hecho recibió varias respuestas que
no llegaban a acertar. Algunos dijeron Juan Bautista, otros
Elías… Hoy podríamos también dar respuestas variadas: un personaje importante
del pasado, un profeta más como un gurú, quizá otros incluso pueden manifestar
que es Dios y hombre, pero sólo como un concepto recitado, una fórmula sin
implicancias reales en la propia vida. Sólo Pedro acierta la respuesta en el
grupo de los Apóstoles: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).
¿Cómo llegó Pedro a esta fe?: «No te ha revelado esto la carne, ni la sangre,
sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16, 17). La fe y apertura al camino de
la gracia que Dios obra nos permiten acceder a tener una comprensión de Jesús
resucitado y del Reino que Él anuncia.
Hace
algunas semanas hemos planteado que la religiosidad es uno de los rasgos que
hacen a la identidad cultural latinoamericana. También la necesidad de
profundizar el proceso evangelizador de la misma. Así como el acentuar los
itinerarios de la fe en orden a superar los errores y desviaciones que se dan
en la búsqueda de Dios de nuestro pueblo. Pero el mayor flagelo en nuestro
tiempo proviene de la indiferencia, no sólo en lo religioso, sino en todos los
aspectos. Una especie de «nihilismo» que lleva a un cierto vaciamiento del
sentido de la vida. Por ello, con todos pero en especial con los jóvenes,
deberemos profundizar sobre la necesidad de volver a Dios para recuperar el
gozo profundo que da el saber que la vida está cargada de sentido.
Quizá
cuando avanzamos en esta reflexión a muchos les cueste captar que nos hemos
excedido en vivir solamente en las circunstancias que van generando
expectativas que duran algunos días, a veces meses y, en general, horas. Como
sumergidos en nuestro tiempo posmoderno vivimos en general fragmentadamente
y en una especie de «zapping cultural». Este exceso de información y atención
sólo «fenoménica» o superficial, a veces inconsistente y sensacionalista, nos
deja vacíos e insatisfechos. Este es el drama del secularismo, de un humanismo
sin Dios, sin encarnación y Pascua, y después sin dignidad humana y sin
valores. La reflexión de este tema es clave porque nos permite discernir cómo
vivir más plenamente. La sola mirada fragmentada, de la cultura del zapping, o
bien ordenada sólo por el consumo y el materialismo es uno de los problemas que
debemos encarar, para salir de la actual crisis de valores que padecemos en la
cultura actual.
En
este sentido, volver a lo esencial del cristianismo siempre será novedoso, y el
encontrarnos con Jesucristo nos permitirá experimentar lo que nos enseña la
parábola que nos habla del tesoro. En este domingo en que el Señor nos habla
del Reino de Dios, quizá nos encuentre sumergidos en urgencias, pero perdiendo
la comprensión de lo importante, el tesoro que nos anima a caminar bien en las
circunstancias del día a día. ¿Los cristianos sabemos que formamos parte de
este Reino y que somos portadores de un tesoro, o creemos que esto es para algunos piadosos y piadosas? ¡Pidamos el don de la Fe para
que podamos ver!
¡Un
saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez,
obispo de Posadas