6 de Agosto,
Transfiguración del Señor: Mt 17, 1-9
Hoy es una fiesta de
Jesucristo. Litúrgicamente tiene bastante importancia, de modo que si esta
fiesta de la
Transfiguración de Jesús coincidiera en domingo, la liturgia
de este día prevalecería. Fue importante para los tres discípulos que
asistieron y lo sigue siendo para nosotros por el gran mensaje o varios
mensajes que nos da.
Jesús les había dicho a los
apóstoles que iba a morir, pero luego resucitaría. Esto no lo entendían, sobre todo
lo de resucitar y la necesidad de morir. No lo entendían sobre todo porque
tenían muy metida en su alma la idea del mesianismo triunfalista. Para Jesús
esta idea triunfalista era como una tentación. Por eso quiere subir al monte
para poder tener una oración muy profunda o mística pidiendo luz para conocer
mejor el sentido de su muerte. Y se llevó a los tres discípulos que estaban un
poco más preparados para poder comprender la grandeza de su muerte y vida
redentora.
Y cuando estaba en esa
oración, se transfiguró, dejó transparentar la grandeza de su gloria divina y
sintió los motivos de su muerte en conversación con los máximos representantes
del Ant. Testamento, Moisés y Elías. Eran como el compendio de la Ley y los profetas. Los tres
apóstoles que antes se habían dormido, ahora bien despiertos expresan su
estupor y su alegría por medio de san Pedro: “¡Qué bien se está aquí!” Parece
ser que eran los días de las fiestas de los Tabernáculos en que la gente hacía
chozas en las terrazas o junto a la casa recordando el paso de los israelitas
por el desierto. Por eso san Pedro quiere hacer tres tiendas para Jesús, Moisés
y Elías.
Una idea podemos sacar del
porqué se revela a aquellos tres un poco más preparados. Dios nos daría ya
muchas alegrías espirituales y aun revelaciones, si estuviéramos más
preparados. En este sentido se puede entender lo que un día dijo Jesús: “No se
pueden echar las cosas santas a los perros”. Hay muchos que no pueden entender
apenas lo más sencillo del espíritu, porque las pasiones les tienen
esclavizados. Y por el contrario, Dios hace ver maravillas a aquellos bien
preparados, sobre todo por una vida sencilla y entregada al Señor. Así ha
pasado siempre en revelaciones especiales de Jesús o de la Stma.
Virgen. Siempre a personas sencillas de corazón, como en
Fátima y en Lourdes. Estas personas tendrán de estos sucesos una
vivencia tan grande que lo tendrán presente siempre como san Pedro en su carta.
El principal mensaje que
hoy la Iglesia
nos quiere dar se expone en el prefacio de la Misa: “Jesús revela su gloria para preparar a sus
discípulos a soportar el escándalo de la Cruz y anticipar el destino maravilloso de la Iglesia”. Lo primero es
enseñarnos que las cruces de cada día no son el fin en sí, sino que por esas
cruces podemos conseguir la gloria eterna. En primer lugar la Cruz de Jesús sirvió para
nuestra redención. Por eso era necesaria. El final era la Resurrección. Cuando
se escribió el evangelio ya entre los cristianos estaba la persecución. Esta
escena y su enseñanza debería fortalecerles en la fe.
En esta vida somos caminantes hacia el Cielo. Y muchas veces caemos en la
tentación de querer vivir esta vida material como si fuese el fin de todo. Por
eso muchos viven angustiados. A los apóstoles les costó entenderlo esto, sobre todo
lo de la
Resurrección. Cuando ya vieron a Jesús resucitado, pudieron
ser testigos de esta verdad. Así san Pedro, con la luz del Espíritu Santo, lo
atestiguaba en sus cartas. Y san Pablo
decía: “Los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria
futura que se ha de manifestar en nosotros”.
Estamos destinados a
transfigurarnos en Jesús, especialmente a través de la unión con El por medio
de la Eucaristía.
Para ello oigamos en nuestro corazón las palabras que oyeron
los tres apóstoles: “Este es mi hijo amado, escuchadle”. Escuchar a Jesús es
estar dispuesto a seguirle en sus enseñanzas y en su vida. Escuchar a Jesús es
también estar atentos a las enseñanzas de la Iglesia, según lo que Jesús les dijo a sus
discípulos: “Quien a vosotros oye, a mi me oye”.