TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO XVIII A
FIESTA
DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
(6-agosto-2017)
Jorge Humberto Peláez S.J.
Jesucristo
se nos manifiesta como nuestro Señor y Salvador
ü Lecturas:
o Libro
de Daniel 7, 9-10. 13-14
o II
Carta de san Pedro 1, 16-19
o Mateo
17,1-9
ü Hoy
celebra la liturgia la fiesta de la Transfiguración del Señor, en la cual se
confirma la identidad de Jesucristo y la misión que le ha sido confiada por el
Padre: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias;
escúchenlo”. Para comprender mejor la importancia de esta experiencia que vivieron
los tres discípulos (Pedro, Santiago y Juan), recordemos las palabras de san
Pablo en su Carta a los Filipenses: “Aunque era de naturaleza divina, no
insistió en ser igual a Dios, sino que hizo a un lado lo que le era propio, y tomando
naturaleza de siervo nació como hombre”. El Hijo eterno del Padre se despojó de
los atributos de la divinidad para asumir nuestra condición humana.
ü Durante
la vida terrena de Jesús, el tema de su identidad alimentó un debate que fue aumentando
hasta que el hecho de la resurrección dio sentido a los acontecimientos
anteriores. Para los vecinos de Nazaret, Jesús era el hijo del carpintero; un
muchacho como los demás muchachos del pueblo. Cuando inició su vida pública, su
forma de hablar y los milagros que realizaba plantearon mil interrogantes:
¿quién es éste?, ¿cómo se explica la profundidad de sus enseñanzas?, ¿de dónde
le viene el poder para realizar los prodigios que hemos visto?, ¿será que Elías
o Juan Bautista han regresado? Sus seguidores y sus enemigos hacían mil
conjeturas.
ü En
este momento de nuestra meditación dominical, conviene recordar que la revelación
fue gradual. En el Antiguo Testamento, Yahvé fue manifestando poco a poco su
plan de salvación; fue un aprendizaje a través de las experiencias vividas por
el pueblo. Igualmente, Jesucristo fue revelando gradualmente el Reino de los Cielos
a través de sus parábolas y milagros, hasta el clímax de la Pascua.
ü En
el texto del evangelista Mateo que acabamos de escuchar, se manifiesta la
gloria de Dios y se proclama la verdadera identidad de ese profeta que recorría
los caminos de Tierra Santa anunciando la Buena Noticia de la salvación. La promesa
de un Mesías finalmente se había realizado. Leamos atentamente la crónica de
san Mateo, que contiene rasgos de gran significado teológico.
ü Se
trata de una experiencia muy restringida:
“Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y a Juan, el hermano de éste, y los hizo
subir a solas con Él a un monte elevado”. Estos tres apóstoles tenían una
cercanía especial con el Señor y estaban llamados a ejercer un liderazgo dentro
del grupo de sus seguidores.
ü La
Transfiguración del Señor tiene lugar en
la cumbre de un monte. No es accidental la elección de este lugar. Alcanzar
la cima de una montaña y contemplar el horizonte produce en nosotros algo muy
especial. Nos sentimos sobrecogidos por el silencio y la inmensidad; en pocas
palabras, nos sentimos en comunión con el infinito. Esta experiencia
antropológica ha sido interpretada por las diversas religiones, que han erigido
sus santuarios en las montañas.
ü En
la cumbre de un monte, Yahvé entregó las Tablas de la Ley a Moisés; en la
cumbre de una montaña, Jesús, el hijo del carpintero, es proclamado como el
Hijo amado del Padre; en la cumbre de una montaña, Jesucristo resucitado
asciende al cielo como Señor del universo.
ü El
evangelista Mateo nos describe una escenografía
muy especial, que recoge los elementos comunes de las teofanías o
manifestaciones solemnes de Dios en la historia de la salvación. Leamos el relato
que nos hace Mateo: “Su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus
vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos
Moisés y Elías, conversando con Jesús […] Una nube luminosa los cubrió y de
ella salió una voz que decía: Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas
mis complacencias; escúchenlo”. Jesucristo, el Hijo eterno de Dios encarnado,
aparece en la plenitud de su gloria, de la cual se había despojado para asumir nuestra
condición humana. Por eso los tres testigos caen en tierra, aterrados ante la
manifestación de la gloria de Dios.
ü ¿Cuál
es el significado de la presencia de Moisés
y Elías en la cumbre del monte, junto a Jesús? Estos dos personajes del
Antiguo Testamento son los máximos representantes de la Ley y los Profetas, que
fueron las dos columnas de la promesa hecha por Yahvé a Abrahán y sus
descendientes. Su presencia significa que Jesucristo es el punto de llegada de
ese primer capítulo de la historia de la salvación. Él es la realización de la
promesa y con Él comienza a escribirse un nuevo capítulo. El Reino ya no es una
promesa sino una realidad. Es como una nueva creación.
ü En
medio de este solemne escenario, llama la atención la propuesta de Pedro: “Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si
quieres haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para
Elías”. La ingenuidad de Pedro nos hace sonreír, pues quiere prolongar en el tiempo
esta experiencia única; los seres humanos quisiéramos prolongar los momentos de
felicidad, que sabemos fugaces, antes de regresar a la rutina diaria. Al
escuchar la propuesta de Pedro, Jesús los vuelve a conectar con la realidad:
“Levántense y no teman”. La vida debe continuar. Pero después de lo que han
vivido, los puntos de referencia son diferentes.
ü ¿Por
qué Jesús les exige silencio sobre
lo que han visto y oído? “No le cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el
Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos”. La experiencia vivida en
la cumbre del monte sobrepasa la capacidad de comprensión de los apóstoles. Expresiones
tales como “Éste es mi Hijo muy amado” y “hasta que haya resucitado de entre
los muertos” no son asimilables en este momento de su formación. Estas
expresiones, que los confunden, tendrán pleno sentido después de la experiencia
de la Pascua.
ü Que
esta fiesta de la Transfiguración del Señor sea un paso más en el conocimiento
de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.