XVIII Domingo del tiempo Ordinario, Ciclo A.

LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

Promesas de rico, cojeras de perro y lágrimas de mujer, no hay que creer

Un escenario escogido íntegramente en la libertad para mostrarse en toda su grandeza, fue el de Cristo en su transfiguración. Un monte elevado, el silencio de la montaña, el ambiente de oración, el reducido número de apóstoles, tres en número, y los personajes antiguos, fallecidos siglos antes, que aparecen con vida y vigor, flanqueando a Cristo en su manifestación gloriosa. Ese fue el escenario de su transfiguración. ¿Qué pretendía Jesús? Poco hacía que Cristo había manifestado abiertamente lo que le ocurriría, su derrota y su muerte la cruz. Pedro se opuso rabiosamente sin saber expresamente los planes salvadores del Padre para toda la humanidad.  Por eso el Padre Dios, igual que lo había hecho en el bautismo de Cristo, ahora se manifiesta declaradamente como partidario de su Hijo y lo presenta como aquél al que los hombres harán bien en escuchar. “”Este es mi Hijo muy  amado, en quien tengo todas mis complacencias, escúchenlo”. ¿Se puede ser más claro al respecto? El Padre quiere que nosotros escuchemos a su Hijo y nosotros nos enconchamos en nuestros audífonos y decimos “no te escucho, y no te escucho, no quiero escucharte, no me interesa lo que me digas”. Y así dan por terminado muchos hombres, muchísisimos, un dialogo que nunca comenzará porque voluntariamente han bloqueado sus sentidos, perdiendo así una oportunidad magnífica de paz, de liberación y de salvación.

Pedro mismo, otra vez fuera de sí, pretendía quedarse buen tiempo ahí en aquél ambiente tan especial, pretendía hacer un “templito”  para la divinidad, pero Cristo lo saca de su ensimismamiento y le hacer ver que las necesidades allá debajo de la montaña eran muchas y había que bajar para atenderlas. No se puede estar constantemente en oración, cuando incontables jóvenes por ejemplo, necesitan acompañamiento, un sólido mensaje, y mucho amor, mucho amor que se les ha negado por mucho tiempo. Lo mismo podríamos decir del mundo de la cultura y de la educación, sin mencionar el mundo de la pobreza que tiene apergollados a muchos hombres y mujeres que no pueden sobresalir en la vida. Cristo se dejó contemplar por momentos en aquella manifestación gloriosa, pero sólo fue un momento, luego vendría el calvario, el sufrimiento y la cruz. Para la Iglesia ese es el camino, la siembra de la Palabra de Dios, cosa difícil si se hace con todo el corazón, la siembra en el corazón de los más pobres, de los más alejados y de los más enfermos. Ya vendrá el tiempo de la cosecha y serán otros los segadores. Ahora es el tiempo de la siembra y el dolor del clima, los avatares de las plagas y de los que se oponen a la siembra de la Palabra de Dios. A últimas fechas, las iglesias se destruyen miserablemente, las imágenes son mutiladas y los ministros del altar y de la Palabra son masacrados, con el pretexto del robo y del despojo.

Contemplemos, pues, al Señor, lleno de gloria, pero acompañémoslo en su camino difícil de siembra, muriendo mientras la semilla germina, que ya vendrá el tiempo de la cosecha, que adivinamos abundante y generosa. Sepamos ver en cada uno de los hombres, sobre todo de los que más sufren, el rostro dolorido del Salvador, pero al mismo tiempo el rostro sereno y luminoso de quien merece ser salvado y liberado hasta hacerlo ciudadano del Reino eterno.

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda, espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx