19ª semana del tiempo
ordinario. Viernes: Mt 19,3-12
Hoy Jesús nos habla de la
indisolubilidad del matrimonio. Como otras muchas veces, Jesús aprovecha una
pregunta, hecha a veces por curiosidad y otras por mala intención de hacerle
caer, para dar alguna enseñanza importante, que pueda servir para el bien
espiritual de los oyentes y de todos nosotros.
Hoy los fariseos se acercan
a Jesús para hacerle una pregunta que, en cierto sentido, tiene su razón de
inquietud, ya que ellos mismos estaban divididos. Unos afirmaban (y parece ser
que eran los más numerosos) que el hombre podía separarse de la mujer por
cualquier motivo pequeño. Otros decían que se requería una causa grave, como
podía ser el adulterio.
Pero el evangelio dice que
se la hicieron la pregunta “para tentarle”. Es decir, para comprometerle, pues,
habiendo dos facciones, estando a favor de una o de otra, se iba a crear
enemigos. Jesús les responde que ni una teoría ni la otra está
de acuerdo con el plan primitivo y eterno de Dios, que quiere el matrimonio
indisoluble.
Y dice algo grandioso del
matrimonio: que es un don de Dios, porque “Dios les ha unido”. Claro, esto
suponiendo que hay un verdadero matrimonio. Y ya desde ahora digo que ésta es
la manera de actuar en
Desgraciadamente son
demasiados los que se unen, y con ceremonia religiosa, que en realidad lo hacen
por intereses materiales y no por amor. Para muchos es difícil comprender que
el amor es un don de Dios, que es quien les une. Es algo grandioso, es
compartir todo un proyecto de vida. Y, como es una vida, hay que cultivarla,
como se debe cultivar una planta para que no se muera. Si el amor se cultiva y
por lo tanto va creciendo, no hay miedo de tener que llegar al divorcio.
Los fariseos, para no
quedar mal ante Jesús, adujeron la norma dada por Moisés de permitir el
divorcio. En realidad, dice Jesús, había sido una concesión por la dureza de
los corazones. De hecho ni era de Moisés, sino inventada por los maestros de la
ley para justificarse. En la sociedad judía de aquella época todo estaba a favor
de los varones. Y lo mismo que eran los propietarios
de tierras y bienes, se sentían también propietarios de las esposas. Ni se les
pasaba por la cabeza que una mujer repudiase al esposo. Eran ellos los que
repudiaban a la mujer.
Jesús con estas palabras está
restableciendo la dignidad de la mujer que no puede ser tratada con actitud
machista e interesada. Hay unas palabras un poco desconcertantes en el
versículo 9 de difícil traducción: “salvo caso de prostitución”. Parece ser que
se refería a las parejas que están unidas sin recibir el matrimonio. Estas
pueden separarse sin tener divorcio, por no estar casadas.
El plan de Jesús sobre el
matrimonio es tan sublime que los discípulos se asustan y le dicen a Jesús que
mejor será no casarse. Y Jesús les responde que eso de no casarse puede que no
tenga valor o puede ser que tenga un valor más sublime si se hace por el reino
de los cielos. Este es el celibato o continencia voluntaria. No es fácil
entenderlo para los que están inmersos sólo en lo material de la vida. También
el celibato puede estar dañado desde el principio o puede dañarse después. Para
que sea verdadero, debe ser plenamente libre y debe ser por amor a Dios. Debe
ser con el deseo de colaborar con Dios para la salvación del mundo. No
significa desprecio al matrimonio, que es algo grandioso, sino sublimación del
amor total.