Domingo, 14 de Agosto de 2011; 20º ord. A: Mt 15, 21-28
El evangelio de hoy nos
trae un suceso algo extraño en que Jesús se muestra casi demasiado judío,
aparentemente sordo a una oración; pero generoso cuando constata una oración
sincera y humilde. Jesús con los discípulos habían salido al extranjero, tierra
de Tiro y de Sidón, quizá huyendo de la presión de los fariseos para tener unos
días de calma y poder profundizar en la enseñanza del Reino de Dios. Pero hasta
allí se había corrido la fama de Jesús y es reconocido. Hay una mujer de aquel
lugar que se siente desesperada porque no sabe qué hacer para curar a su hija.
Eso significa la frase de que “es
malamente atormentada por un demonio”. Y comienza a gritar.
Los apóstoles actúan como
cualquier buen discípulo de aquel tiempo: Hacer que se marche para que el
Maestro esté tranquilo. Y como a ellos no les hace caso, le dicen a Jesús que
la despida. Jesús dice una expresión a los apóstoles en cierto sentido como
dándoles la razón: “No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de
Israel”.
La narración, aunque es
verdad lo que pasó, está escrita o narrada con un sentido catequístico por
parte de Mateo para los de su comunidad, donde había judíos convertidos y
paganos que pedían el evangelio. Lo mismo que la ley de Moisés y las enseñanzas
de los profetas eran principalmente para los judíos, pero con un sentido
universalista, que casi no supieron comprender, también Jesús comenzó su misión
entre los judíos para que luego los apóstoles comenzasen a extender su mensaje
por todo el mundo. Aquí aparece su primera misión y su deseo universalista.
Jesús se hacía como que no
oía el clamor de aquella mujer. Cuántas veces nos pasa a nosotros que, en
nuestra angustia, parece como que Dios está en silencio. Desea purificar
nuestra petición, que se acreciente más la fe, para que el don no sea sólo algo
material, sino que Dios pueda alabar nuestra constancia y humildad.
La mujer insiste en su petición con más
valentía acercándose a Jesús. La valentía consistía en que se salta las
barreras de los prejuicios sociales: las mujeres estaban mal consideradas si se
acercaban en público a hablar a un hombre y mucho más si eran extranjeras.
Ahora escucha un rechazo de Jesús: “No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo
a los perros”. A veces nosotros para suavizarlo traducimos “perrillos” o
“cachorrillos”. Pero era una expresión usual en aquel tiempo. Simplemente que
los judíos llamaban a los no judíos: “perros”. Y Jesús aquí quiere mostrarse (y
san Mateo quiere recalcarlo) como un verdadero judío. Ella así lo entendió y lo
aceptó. Reconoce que es inferior; pero también reconoce en Jesús una bondad sin
límites.
Lo importante aquí no es lo
que dijo Jesús, sino con qué tono. ¡Con qué amor lo diría Jesús, que la mujer
en vez de sentirse rechazada, le responde con más confianza y valentía! Esta
confianza, humildad y perseverancia en aquella oración le vencieron a Jesús.
Entonces no sólo le concede lo que pide, sino que ante todos alaba la fe de
aquella mujer. Este es un gran ejemplo para nuestras oraciones.
A veces encontramos
personas de poca práctica religiosa o de religiones extrañas, que tienen una
gran oración y son agradables ante Dios. Debemos ser respetuosos ante las cosas
buenas que encontramos fuera de nuestros grupos o de nuestra religión. Dios es
tan grande que no se le puede poseer en exclusiva. Está entre nosotros de
muchas maneras y a veces con muchos disfraces. Mucha gente está fuera de