TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO XXI A
(27-agosto-2017)
Jorge Humberto Peláez S.J.
No
pretendamos dictarle a Dios nuestra voluntad
ü Lecturas:
o Profeta
Isaías 22, 19-23
o Carta
de san Pablo a los Romanos 11, 33-36
o Mateo
16, 13-20
ü Una
de las principales fuentes de incertidumbre tiene que ver con el futuro: ¿qué encontraremos
el día de mañana? Nos sentimos como un frágil barco de papel en medio de las
olas. No tenemos control sobre el futuro, aunque algunos traten inútilmente de vislumbrarlo
consultando el horóscopo.
ü Pues
bien, en esta compleja problemática de la incertidumbre sobre el futuro, san
Pablo, en el pasaje de la Carta a los Romanos que acabamos de escuchar, nos invita
a dirigir nuestros ojos hacia Dios y su infinita sabiduría. ¡Nuestro futuro no
está escrito en la carta astral ni las compañías de seguros pueden ofrecernos
una póliza que nos proteja de todos los riesgos que gravitan sobre nosotros!
ü Al
leer pausadamente este texto de la Carta a los Romanos, encontramos elementos
muy ricos que iluminan nuestros interrogantes e incertidumbres. El apóstol
Pablo empieza con una vigorosa confesión: “¡Qué inmensa y rica es la sabiduría
y la ciencia de Dios!” El Padre que amorosamente nos ha llamado a la vida es la
plenitud de la sabiduría, es la fuente de la verdad. La existencia humana es un
peregrinar en búsqueda de la plenitud que se nos manifestará cuando lleguemos a
la morada definitiva que Él nos tiene preparada.
ü Después
de esta vigorosa confesión, el apóstol Pablo hace una aguda observación que
pone de manifiesto el abismo infinito que existe entre el Creador y las
creaturas: “¡Qué impenetrables son sus designios e incomprensibles sus
caminos!” Vale la pena que nos detengamos a profundizar en esta afirmación.
ü Los
seres humanos tratamos de comprender los designios de Dios aplicando las
herramientas que utilizamos para analizar las realidades humanas. Creemos que
Dios obra siguiendo la lógica nuestra. Argumentos tales como la utilidad, la
conveniencia, la relación costo-beneficio, que tienen tanto peso en las decisiones
humanas, desaparecen cuando entramos en la órbita de la sabiduría divina. Lo
único que nos queda es repetir las palabras de san Pablo: “¡Qué impenetrables
son sus designios e incomprensibles sus caminos!”
ü Por
no reconocer esta realidad, principio y fundamento de nuestra existencia,
pretendemos dictarle a Dios el guion de lo que debe hacer. Esto se pone de manifiesto
cuando oramos; en nuestras peticiones detallamos cuáles son los resultados que
esperamos de su intervención y cómo Él debe estar alineado para favorecer nuestros
proyectos personales. A esta pretensión de querer escribir el guion que debe
recitar Dios, san Pablo comenta: “¿Quién ha conocido jamás el pensamiento del
Señor o ha llegado a ser su consejero?”
ü El
camino que nos corresponde seguir es repetir, desde el fondo del corazón, las
palabras del Padrenuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” y
emprender la búsqueda humilde de la voluntad de Dios para cada uno de nosotros.
Esa es la ruta que nos conducirá a la plenitud de nuestras aspiraciones. Nos
dice san Pablo: “En efecto, todo proviene de Dios, todo ha sido hecho por Él y
todo está orientado hacia Él. A Él la gloria por los siglos de los siglos”.
ü ¿Cómo
descubrir, entonces, el plan de Dios? Recordemos que Jesucristo, revelador del
Padre, nos ha dicho: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Si queremos
llegar al Padre, sigamos a Jesús.
ü Esto
nos lleva a la página del evangelio de Mateo que acabamos de escuchar, donde
Jesús pregunta a sus discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Esta
pregunta es muy fuerte. Desde los comienzos del Cristianismo, algunos movimientos
religiosos han pretendido atenuar o, lo que es peor, negar la naturaleza divina
de Jesús, presentándolo como un simple hombre que recorrió los caminos de
Tierra Santa anunciando un mensaje de fraternidad. ¡Atención! Debemos proclamar
integralmente la buena nueva de Jesucristo, que es el Hijo eterno del Padre que
asumió nuestra condición humana. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre.
En Él llega a su plenitud la auto-manifestación de Dios a la humanidad. El Espíritu
Santo inspira al apóstol Pedro para que responda a la pregunta de Jesús: “Tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Después de la resurrección, los apóstoles
comprenderán en profundidad el alcance de esa confesión de fe.
ü ¿Cómo
descubriremos el plan de Dios sobre cada uno de nosotros? Poniendo en práctica
el Sermón de las Bienaventuranzas y el mandamiento del amor. A través del
lenguaje sencillo de las parábolas, Jesús nos fue descubriendo la oferta de
salvación.
ü ¿A
dónde nos conducen estas reflexiones? Es tarea inútil tratar de comprender,
desde nuestra limitación y finitud, los designios de Dios. No pretendamos
aplicar la lógica humana para interpretar sus caminos. No queramos escribir el
guion que Dios debería recitar para responder a nuestras peticiones. Entreguémonos
confiadamente a su providencia. A medida que profundicemos en la persona de
Jesús y en su mensaje, iremos afinando nuestros sentidos interiores para
percibir la voz del Espíritu que nos muestra el camino. Confianza y docilidad
resumen la actitud del creyente que busca vivir según la voluntad de Dios.