«DOMINGO,
DÍA DEL SEÑOR»
Carta de
monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
para el 21º Domingo
durante el año
[27 de agosto de
2017]
Este domingo estamos
reinaugurando y bendiciendo la capilla san Isidro labrador que está sobre la
ruta 213, cercana al monasterio de las «Hermanas de la Sagrada Familia de
Burdeos», en Posadas. En adelante, todos los domingos habrá misa a las 10,30
hs. junto a las hermanas del monasterio y por la tarde tendremos, desde las 16
hs. hasta las 18 hs., Adoración Eucarística, concluyendo con el rezo de las
vísperas. Junto a las hermanas del monasterio, algunos seminaristas, la
comunidad de laicas consagradas de la diócesis y algunos movimientos diocesanos,
buscaremos en ese lugar ofrecer a la ciudad un lugar especial para resaltar el
domingo, el Día del Señor.
El texto de este
domingo (Mt 16, 13-20) nos invita a reflexionar que como el apóstol Pedro la
Iglesia debe siempre confesar: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Acompañados
con la certeza que nos dio el Señor: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella (Mt
16, 18), la Iglesia entiende su identidad, vocación y misión en la confesión de
la persona de Jesucristo, su Señor y Maestro.
Creo oportuno
recordar un texto del documento de Aparecida que se refiere a que la misión de
la Iglesia es evangelizar «En el encuentro con Cristo queremos expresar la
alegría de ser discípulos del Señor y de haber sido enviados con el tesoro del Evangelio.
Ser cristiano no es una carga sino un don: Dios Padre nos ha bendecido en
Jesucristo su Hijo, Salvador del mundo» (DA 23).
«La alegría que hemos
recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de
Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres
heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del
Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos
cuantos yacen al borde del camino, pidiendo limosna y compasión. La alegría del
discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado
por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de
bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y
capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el
mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros
es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra
y obras es nuestro gozo» (DA 32).
«La historia de la
humanidad, a la que Dios nunca abandona, transcurre bajo su mirada compasiva.
Dios ha amado tanto nuestro mundo que nos ha dado a su Hijo. Él anuncia la
buena noticia del Reino a los pobres y a los pecadores. Por esto, nosotros,
como discípulos de Jesús y misioneros, queremos y debemos proclamar el
Evangelio, que es Cristo mismo. Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama,
que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder
salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que
alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas. Los
cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas
de desventuras.
La Iglesia debe
cumplir su misión siguiendo los pasos de Jesús y adoptando sus actitudes. Él,
siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz; siendo
rico, eligió ser pobre por nosotros, enseñándonos el itinerario de nuestra
vocación de discípulos y misioneros. En el Evangelio aprendemos la sublime
lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre, y la de anunciar el Evangelio de
la paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en el
poder de este mundo. En la generosidad de los misioneros se manifiesta la
generosidad de Dios, en la gratuidad de los Apóstoles aparece la gratuidad del
Evangelio.
En el rostro de
Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por nuestros pecados y glorificado
por el Padre, en ese rostro doliente y glorioso, podemos ver, con la mirada de
la fe el rostro humillado de tantos hombres y mujeres de nuestros pueblos y, al
mismo tiempo, su vocación a la libertad de los hijos de Dios, a la plena
realización de su dignidad personal y a la fraternidad entre todos. La Iglesia
está al servicio de todos los seres humanos, hijos e hijas de Dios» (DA 29-31).
Junto al Apóstol
Pedro que confesó a Jesús como Mesías, Hijo del Dios Vivo, queremos como
Iglesia ser testigos e instrumentos de evangelización y humanización en nuestro
tiempo.
Les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo.
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas