21ª semana del tiempo
ordinario. Miércoles: Mt 23, 27-32
Algo que le molestaba
tremendamente a Jesús era la hipocresía. Él alababa siempre la sencillez de
corazón, el ser como niños ante Dios, confiar en El, buscar ante todo el Reino de
Dios y su justicia, porque Dios es sobre todo bueno, que mira por nosotros más
que nosotros mismos. Por eso tenía que hablar contra la hipocresía de la
mayoría de los fariseos. La palabra “fariseo” no es lo mismo que hipócrita.
Fariseo significaba fiel a
Eran tan hipócritas que
Jesús tuvo que poner la comparación terrible que hoy nos trae el evangelio:
“sepulcros blanqueados”. En Palestina normalmente blanqueaban mucho los
sepulcros. No era precisamente por cuestiones de arte o de higiene. La razón
principal de este blanquear era por el fariseísmo. Resulta que los fariseos
proclamaban mucho lo de la pureza legal, una pureza externa y que llamamos
farisaica. Por ejemplo no admitían en su mesa para comer a gente extranjera o a
paganos; o se lavaban las manos si habían tocado productos comprados en tiendas
de paganos. Igualmente quedarían impuros si tocaban un sepulcro. Claro, si era
un día algo oscuro y pasaban junto a un sepulcro mal cuidado, le podían tocar
sin querer y por lo tanto quedarían ellos impuros. Por eso lo pintaban bien de
blanco para que se notase bien y hubiera menos peligro de impureza. Todo un
fariseísmo.
Jesús les dice que se
parecen a esos sepulcros. Por fuera parecen muy blancos, pero por dentro están
llenos de podredumbre. Hoy debemos hacer un poco de examen sobre nuestra vida.
Muchas veces estamos más preocupados por la opinión que los demás puedan tener
de nosotros que la opinión del mismo Dios. A los demás les podremos engañar, al
menos por un tiempo; pero a Dios no le podemos engañar.
Jesús les echa en cara a
los fariseos otra clase de hipocresía. Como querían exaltar la religión de sus
antepasados, especialmente de los profetas, adornaban sus sepulcros
y les levantaban monumentos. Jesús nos dice a nosotros que poco nos aprovecha
levantar monumentos a los antepasados, como a los santos, si no estamos
dispuestos a seguir sus enseñanzas. El mejor monumento que podemos levantar a
un santo debe estar en nuestro corazón. A los fariseos les dice Jesús que ante
Dios son peores que los mismos que mataron a aquellos profetas. Dios quiere la
conversión, el arrepentimiento del alma y que la gloria de Dios brille en
nuestra vida.
Una diferencia esencial
entre Jesús y los fariseos es que éstos ponen todo el valor en las leyes e
instituciones, mientras que Jesús lo pone en la persona humana. Vamos caminando
hacia la verdad y “la verdad nos hará libres”. Hay instituciones humanas, como
algunos gobiernos de naciones, que se creen ser dueños de las personas y de la
vida humana. Poniendo un ejemplo, creen que pueden regular la vida humana,
sobre todo al principio y al final. No sólo despenalizan el aborto, sino que lo
admiten y en ciertos casos lo fomentan. No se dan cuenta que en vez de
favorecer a las mujeres, las perjudican, como dicen los muy entendidos en
psicología, por las consecuencias que vienen después. Suelen quedar éstas con
“un sentimiento de culpa, miedo a quedar estériles, miedo a la muerte, miedo a
no ser aceptadas por su compañero... además del sentimiento por la vida que no
llegó”. Hoy día hay grandes “sepulcros blanqueados”. No es que debamos estar
juzgando, porque lo nuestro es perdonar. Y, si denunciamos, debemos poder tener
la autoridad moral de Jesús que con su vida manifestaba la verdad de Dios y
sobre todo su gran misericordia para quien, aun habiendo sido un gran
hipócrita, descubre con humildad su corazón ante el Señor.