21ª semana del tiempo
ordinario. Viernes: Mt 25, 1-13
Sigue hoy el tema de ayer
sobre la vigilancia, porque el Señor viene a nuestro encuentro cuando menos lo
esperamos. Quiere Jesús que nos paremos a mirar el tiempo futuro, el destino
que Él nos prepara, para que el presente sea dirigido por el camino adecuado a
nuestro bien total.
La parábola de las diez
vírgenes o jóvenes, de las cuales cinco son necias y cinco son sensatas, tiene
elementos que se nos hacen raros en nuestra cultura. Por ejemplo, el hecho de
que el esposo tarde tanto para su boda. Esto solía ocurrir a veces, pues parece
ser que inmediatamente antes de la boda todavía estaban determinando asuntos de
dote y otros problemas entre las familias.
Lo importante es el mensaje
que Jesús nos quiere dar ante un hecho un poco extremo, que la tardanza es
tanta de modo que se duermen las diez doncellas. En esta vida todos tenemos
dificultades. La diferencia de unos con otros es si tenemos suficiente aceite
para seguir encendiendo nuestra vida. Ya los Padres decían que la lámpara
encendida es la vida de la gracia. Pero para poder tenerla encendida hace falta
el aceite que es la caridad: amor a Dios y amor al prójimo.
Las lámparas que debían
tener encendidas aquellas muchachas no eran para alumbrarse ellas, sino para
alumbrar bien al esposo que llegaba y a sus acompañantes. Así debe servir
nuestra vida: primero para honrar a Dios; pero también para que otras personas
puedan, por medio de nosotros, ver mejor el camino de la salvación.
Este aceite es el símbolo
de nuestra fe y de la gracia de Dios. Por lo tanto, ya estemos rezando o
jugando, ya estemos despiertos o dormidos, siempre debemos llevarlo con
nosotros. Es algo personal. Aunque podamos ayudar a otra persona, no podemos
dar parte de nuestra gracia o de nuestra fe; ellos se lo tienen que adquirir
con un acto personal, que es un don de Dios. Nosotros podemos alumbrarlos, pero
no darles la luz. La fe y la gracia forma parte de
nuestra identidad.
Dicho de otro modo, cada
uno debe dar cuenta a Dios de su propia vida, de qué hemos hecho con la fe que
recibimos en el bautismo. No podremos hacerlo por los demás, aunque sean muy
familiares nuestros. Quizá a alguno de nosotros, o nuestros seres
queridos, tenga que decirnos el Esposo: “no os conozco”.
El aceite en la vida es
también la esperanza, la seguridad, la paz. Hay muchas personas que están no
sólo con las lámparas apagadas, sino sin aceite de repuesto. Su vida no sólo no
tiene luz espiritual, sino tampoco esperanza. Hay muchas personas que no ven
sentido a su vida, aunque tengan bastantes bienes materiales.
Las cinco jóvenes no
previsoras, que no tienen aceite de repuesto, reciben una dura condena. El
hecho es que no han hecho nada malo, no han golpeado a los criados, como en
otra parábola hace el mayordomo infiel, etc. Hemos dicho varias veces que en
nuestra religión no se trata sólo de no hacer algo malo, sino que debemos hacer
positivamente el bien. Es como cuando Jesús condena a los que no han dado de
comer al hambriento o han negado el auxilio a quien lo necesitaba.
La vigilancia por lo tanto
es algo positivo, no es quedarse “cruzado de brazos”, sino hacer algo positivo
para acoger a quien viene, como si fuese Jesús. Y a Jesús no sólo hay que
esperarle cuando venga al final de nuestra vida, sino que constantemente nos
viene a visitar y llama constantemente a la puerta de nuestro corazón.
Hay gente que vigila muy
bien sus negocios materiales, pero no vigila el negocio principal, que es la
gracia en el alma. Vigilar no es despreocuparse de las cosas materiales, sino
ver a Dios en los acontecimientos de nuestra vida y de la historia.
Vigilar es tener esperanza
en la vida futura que Dios nos prepara. Pero Jesús está con nosotros de varias
maneras. Muy especialmente está en