22ª semana del tiempo
ordinario. Jueves: Lc 5, 1-11
Hoy tenemos un milagro que
es una especie de parábola viviente. Lo mismo que Jesús hablaba a veces en
forma de parábolas, también hay hechos en el evangelio, que son una especie de parábola
para que mejor les penetre a sus discípulos el mensaje que les quiere dar. Hoy
Jesús realiza una pesca milagrosa como signo de la pesca de hombres, a la que
invita a sus discípulos para toda su vida.
Estaba predicando Jesús a
la orilla del lago y la gente se agolpaba cada vez más, de modo que pensó que
su palabra podría llegar a más gente si predicaba desde una barca. Escogió la
de san Pedro y al terminar la plática, le dijo que fuesen a pescar. San Pedro
era de oficio pescador y bien sabía que, si por la noche no habían pescado
nada, de día sería imposible. Jesús le pedía algo difícil. Luego le pediría
algo más difícil: dejar todo y seguirle definitivamente. Así suele hacer Jesús
en nuestra vida. No es fácil estar a disposición suya para lo que El quiera,
aunque eso en definitiva sea lo mejor para nosotros. Por eso nos va pidiendo
suavemente cada vez más, según vea nuestras disposiciones. Cuando Jesús pide a
Pedro que eche las redes para pescar, encuentra fe y humildad: “Por tu palabra,
Señor, echaré las redes”.
En la vida de apostolado o
de la educación sucede muchas veces que hemos echado las redes sin resultado;
pero Jesús nos sigue diciendo: “Echa las redes”. Hace falta mucha fe y humildad
para decir: “Por tu palabra seguiré echando la red”, seguiré trabajando. Me
refiero especialmente a padres de familia que tienen problemas con hijos que no
quieren obedecer y van por caminos diferentes o contrarios a la ley de Dios y
de
Se realizó el milagro y
Jesús le dice a Pedro: “En adelante vas a ser pescador de hombres”. No es lo
mismo pescar peces que hombres. A los peces se les pesca para que, luego
muriendo, nos ayuden a tener vida. A los hombres se les pesca porque, viviendo
en el mar del pecado y de la muerte (es así como describían al mar los
israelitas), puedan tener vida, lleguen a la verdadera libertad de la esperanza
y el amor de Dios. Salvar al hombre es libertarlo de las ataduras del dinero y
ambiciones terrenas, que nos esclavizan y nos impiden caminar hacia la
verdadera vida.
Cuando Jesús le llama a
Pedro, juntamente con sus compañeros, a ser pescadores de hombres les está
llamando a un cambio total en su actitud ante la vida. En vez de pensar de una
manera egoísta en sí mismos, y aun en su familia y en su patria, quiere que
abran su corazón hacia una liberación universal, un mirar al bien de todos.
Esto es la vida del misionero: buscar el bien de todos, el bien de la persona
total. Y siempre habrá frutos. Aparentemente quizá estos frutos no se ven en
ese momento ni en toda la vida; pero, si se trabaja en el nombre del Señor, los
frutos tienen que darse. En primer lugar para el mismo que está trabajando y
también en el campo del Señor, que es tan grande como el mundo entero. Quizá lo
que se siembra en un lugar florece en otro.
Ellos “lo dejaron todo y le
siguieron”. También nos pide hoy Jesús a nosotros un seguimiento. Puede ser que
alguno sienta que Jesús le llama para algo grande, aun en el sentido externo.
Pero a todos nos pide que pongamos nuestras capacidades y habilidades al
servicio de su divina empresa. El hecho de pescar hombres no se trata de
engañar a nadie ni de violentar. Se trata de ofrecer la verdad y el verdadero
amor. Esta “captura” es para gozo y alegría de las personas. Es como un
enamorado que ha sido captado por el amor. A través de nosotros, Dios quiere
hacer que personas, que están cautivas de sus vicios y de la presión externa,
se vean libres con la libertad de la gracia, que es don de Dios y es esperanza
de la libertad eterna y feliz del cielo.