DOMINGO
23 ORDINARIO, Ciclo A
No
existe enemigo pequeño ni mentira piadosa
Una delas características del hombre
de hoy es su indiferencia ante los
demás. A veces pretendemos que somos
respetuosos de los demás, sencillamente porque no los tomamos en cuenta,
en otras palabras los ignoramos y pretendemos que con esto somos cumplidores de
la ley. Pero cuando ignoramos a los demás y los borramos de nuestras
preocupaciones, es entonces como que los hemos condenado y los hemos subido al patíbulo de nuestro
egoísmo. Recientemente escuché de
alguien que estaba tomando pastillas de “me importa madre”. Y el silencio, sobre todo si es prolongado,
puede ser síntoma de huida, de cobardía ante las faltas y ante la vida de los
que nos rodean. Es increíble pensar que esa indiferencia se nota aún en nuestras
eucaristías dominicales, cuando nos sentamos junto a personas que no conocemos
y no estimamos y donde convivimos o pretendemos convivir con gentes que a veces
están pasando por verdaderas necesidades materiales y nosotros nos mantenemos
indiferentes, como si todas esas personas no existieran. Cuando bien nos va, un saludo de protocolo,
nos hace pensar que estamos en paz y que verdaderamente los estamos tomando en
cuenta. Sin embargo, Cristo viene a recordarnos algo que no entra precisamente
en nuestros planes: la corrección fraterna: “Si tu hermano comete un pecado, ve
y amonéstalo a solas. Si no te hace
caso, hazte acompañar de una o dos personas para que todo lo que se diga conste por boca de dos o tres testigos. Pero si ni así te hace caso, díselo
a la comunidad, y si ni a la comunidad le hace caso, apártate de él como de un
pagano o de un publicano”.
La verdad es algo que no acostumbramos
los cristianos, y pretendemos que eso sea distintintivo de las comunidades
religiosas, donde tienen por costumbre sesiones formales para pedirse perdón
mutuamente. Sin embargo, Cristo es muy claro al respecto y se trata de faltas
verdaderas, de cristianos cercanos a nosotros pero si en verdad queremos ser
cercanos al corazón de Cristo Jesús que nos amó a todos con un amor real y no
paró ni reparó en su propia muerte para que nosotros ya no siguiéramos en el
error, entonces no podemos de ninguna manera mostrarnos indiferentes ante la
falta de mi hermano, y estamos hablando
del error, del pecado, que también hemos borrado de nuestros mapas y decimos: “pues
es cosa suya, allá él sabrá”. O hemos llegado a pensar: “Es mi cuerpo, yo sabré
lo que hago” y eso sirve de disculpa para justificar el aborto, el acribillar
una vida humana, por pensar erróneamente que se trata de tu propio cuerpo.
En fin, el mandato de Cristo sobre la
corrección fraterna está ahí planteado este día y nosotros tenemos que darle
solución. Ya puestos en el asunto
podremos hablar de varios tipos de personas, en primer lugar, los que quieren
enmendarle la plana a cualquiera, que se meten en todo y con todos; están los que gozan exhibiendo públicamente
las faltas de los demás, y no tenemos el valor suficiente para recurrir directamente a la persona para
hacerle recapacitar en sus propios errores. También podemos hablar de los que
hablan sin haberse informado concienzudamente sobre el juicio que van a emitir.
Pues fuera de estas personas, y de estas situaciones que son muy reales, cuantas veces tengas que acercarte a los
demás en plan de reconvención, tienes que ser sumamente respetuoso y fraterno,
recordando que todos somos responsables de todo, y que ha habido santos que se
han atrevido a llamarle la atención hasta al Papa en turno cuando así lo
requería la situación.
Que el Señor nos ayude a vencer nuestra indiferencia y a vivir siempre
en atención a los que nos rodean. Hay que concluir con la conclusión del mismo
Cristo: “Si tu hermano te escucha, tú lo habrás salvado”, que en el fondo es lo
único importante, la salvación de tu propio hermano.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda
espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx