23ª semana del tiempo
ordinario. Jueves: Lc 6, 27-38
Jesús acababa de pronunciar
las bienaventuranzas, según nos las narra san Lucas. Son 4, pero contrastadas
con otras tantas malaventuranzas. La cuarta bienaventuranza es para aquellos
que son maldecidos y proscritos por el reino de los cielos; y el “ay” o la
condena será para los que hacen el mal. Estos serían los enemigos. Tendrán un
castigo por su mal; pero el que lo sufre, si es verdadero cristiano, debe
amarles.
Así pues, todas las
palabras de hoy son como una condición para poder tener la 4ª bienaventuranza.
Ser un “maltratado por el reino de Dios” significa amar a los que maltratan y
persiguen. Esta es la gran diferencia del ser cristiano. Jesús muchas veces
hablaba de que lo principal era el amor: a Dios y a todos los prójimos. Pero a
veces aun en esto no nos distinguimos con uno que no es cristiano, porque en la
vida ordinaria no solemos tener muchos enemigos verdaderos, y muchos no
cristianos, cuando hay una calamidad pública, están ayudando a los necesitados.
Esto está muy bien; pero el problema surge cuando hay enemigos por medio.
Una primera idea cristiana es pensar que en
nuestra vida hay menos enemigos de los que nos figuramos. Hay personas que por
todas partes encuentran enemigos. Puede ser que estén enfermos o que “el ladrón
piensa que todos son de su condición”. Pero en realidad pensar en positivo es
muy cristiano. La gente suele tener muchas más cosas buenas que malas. Y
ordinariamente no nos quieren hacer mal.
Pero lo cierto es que de
vez en cuando nos topamos con enemigos. Seguramente no son grandes enemigos;
pero sí hay gente que nos quiere mal, que pretende nuestro daño, pasar por
encima nuestro: en el trabajo, en la política, en los negocios... En el mundo,
en la sociedad lo normal es amar a los que nos aman y hacer el bien a quienes
nos lo hacen o creemos que lo van a hacer. Hoy Jesús nos dice algo, que para
algunos es como una locura o una bella utopía. Pero las palabras son bien
claras y también el ejemplo de la vida de Jesús. Para ser cristianos debemos
amar a los enemigos.
Jesús especifica quienes
son los enemigos: el que te odia, te maldice, te injuria, te golpea,
te quita la capa o te roba cualquier otra cosa, quien te daña de alguna manera.
A todos esos debemos amar. Y Jesús también explica cómo se debe hacer para
amar. A ellos debemos hacer el bien (de una manera positiva), desearles el
bien, pedir por ellos, darles algo y no reclamarles. Todo ello como lo haríamos
con un amigo o como queremos que nos lo hagan a nosotros. Dice Jesús que
debemos tratar a los demás como queremos que ellos nos traten a nosotros. Es
decir: ponernos en su lugar.
Y la razón principal que
nos da es porque Dios nos quiere a todos. Jesús murió por nosotros, cuando
éramos pecadores, es decir, enemigos suyos. En primer lugar está lo negativo:
no les debemos desear ningún mal a los enemigos. Es pecaminoso el desearles
algún mal o alegrarnos de su mal y conservar el rencor en el corazón. Pero
Jesús nos pide lo positivo, para parecernos más a él: hacerles algún bien.
Habrá casos en que, pensando en el bien social y la verdad, no debamos encubrir
las injusticias. Para estas situaciones difíciles deberemos pedir la luz del
Espíritu Santo para actuar según la verdad, sin guardar ningún rencor en el
corazón. Por algo nos dice hoy Jesús que no juzguemos. La ley del mundo tiende
más hacia la justicia. La ley de Jesucristo tiende más hacia la caridad. El
punto medio es muy difícil, por eso acertaremos cuanto más nos inclinemos al
punto de Dios, que se hizo hombre para salvarnos.
Que es posible el amor a
los enemigos, lo vemos palpable en la vida de muchos santos y personas de bien.
Además este amor y el perdón abren la puerta al enemigo para dejar de serlo.
Muchas conversiones se han dado por sentir el amor en quien creía que era un
enemigo y es un servidor de Dios. Amar sólo a quien nos ama muestra que ese
amor es egoísmo. En el amor a quien nos odia o nos hace mal es como demostramos
que tenemos un verdadero amor.