TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO XXVI A
(1-octubre-2017)
Jorge Humberto Peláez S.J.
Tengamos
los mismos sentimientos que tuvo Jesús
ü Lecturas:
o Profeta
Ezequiel 18, 25- 28
o Carta
de san Pablo a los Filipenses 2, 1-11
o Mateo
21, 28-32
ü Los
que hemos vivido en una cultura en la que la Iglesia Católica ejerce un fuerte
influjo, no valoramos suficientemente el tesoro de la fe. Los sacramentos han
ido acompañándonos en las diversas etapas de nuestro desarrollo. Esto es lo
socialmente correcto y nada nos sorprende. Otra cosa piensan quienes han tenido
que luchar por sus convicciones religiosas en ambientes de indiferencia o de
abierta hostilidad.
ü Pues
bien, muchos católicos de corte tradicional creen que basta con cumplir con unos
mínimos éticos y asistir de vez en cuando a los ritos religiosos para tener la
conciencia tranquila. En el texto que acabamos de escuchar de la Carta de san
Pablo a los Filipenses, el apóstol nos cambia la lectura de los mínimos éticos con
los que se conforman muchos bautizados, y nos presenta un ideal sublime:
“Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”. Si este fuera el
criterio inspirador de nuestras actuaciones en el ámbito familiar y en la vida
social, la vida sería muy diferente; este clima de convivencia amable y
colaborativa es expresado por san Pablo en el texto que acabamos de escuchar: “Nada
hagan por espíritu de rivalidad ni presunción; antes bien, por humildad, cada
uno considere a los demás como superiores a sí mismo y no busque su propio
interés, sino el del prójimo”.
ü Y,
¿qué significa tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús? Al meditar los
relatos evangélicos, comprendemos que Jesús no tuvo una agenda con intereses
propios, sino que siempre obró en obediencia a la voluntad del Padre; su
dinamismo apostólico para la implantación del Reino se nutrió de una oración
intensa; todas sus palabras y acciones fueron expresión de misericordia ante el
dolor humano en todas sus manifestaciones (dolores morales, afectivos, por
motivos de salud o de exclusión social, etc.); sus preferidos fueron los
vulnerables y despreciados; su capacidad de amor sin límites lo llevó a dar la
vida por nosotros.
ü Evidentemente,
existe un abismo entre los sentimientos de Jesucristo, el santo y el justo por
excelencia, y nuestro pequeño mundo interior plagado de egoísmo y envidia. Sin
embargo, con la ayuda del Señor, podremos avanzar en el conocimiento de su
Persona y del Reino que nos descubre a través de las parábolas. Mediante la
contemplación de los misterios de su vida, pasión, muerte y resurrección, irá
creciendo en nosotros el hombre nuevo, y por la acción del Espíritu Santo en nuestro
interior, Cristo irá transformando nuestra manera de ver, juzgar y actuar.
ü Como
seres nuevos que hemos nacido a la vida de la gracia mediante el bautismo y la
participación en los sacramentos de la Iglesia, todos los días debemos resolver
dilemas éticos. No existe la fórmula mágica que nos indique cómo debemos tomar
decisiones acertadas; las situaciones son confusas; no siempre son evidentes
los valores éticos que están en juego. Por eso es tan pertinente la petición
del Salmo que acabamos de recitar: “Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos
con la verdad de tu doctrina”.
ü Poco
a poco, a través de la oración y la reflexión, se irán afinando nuestros
sentidos interiores para poder distinguir entre el bien y el mal, entre el plan
de Dios y los proyectos humanos que esconden motivaciones oscuras.
ü Debemos
pedir incesantemente el don del discernimiento, que es la sabiduría espiritual
para identificar qué quiere Dios de nosotros en medio de la confusión reinante
a nuestro alrededor. A través de la oración y la reflexión iremos
interiorizando los mismos sentimientos que tuvo Jesús.
ü En
medio de esta búsqueda espiritual, es inevitable reconocer la presencia del pecado,
que hace parte de nuestra historia personal y social. Nuestra condición
pecadora se manifiesta de muchas maneras: distracciones, desánimo, cansancio,
auto-suficiencia, gratificación de los sentidos, etc. La lista es infinita.
ü En
el texto del evangelio de Mateo que acabamos de escuchar, el Señor propone la
parábola del agricultor que pidió a sus hijos que le colaboraran en el cuidado
de la viña. El primero de los hijos dio una respuesta positiva, pero finalmente
no fue; el segundo hijo inicialmente dijo que no iría, pero terminó trabajando.
ü En
estas dos respuestas es importante subrayar la volatilidad de las decisiones
humanas. Continuamente cambiamos de posición; el SÍ fácilmente se convierte en
NO, y el NO puede significar un SÍ. En la mayoría de los casos, estos cambios
se producen caprichosamente, improvisando. Estas variaciones en las decisiones
que tomamos revelan una inestabilidad interior y una aterradora superficialidad.
Quienes así actúan, y desgraciadamente las mayorías proceden de esta manera,
son incapaces de establecer unas relaciones interpersonales sólidas y de llevar
adelante proyectos de envergadura. En cualquier momento se aburren y abandonan
el hogar o el proyecto en que estaban.
ü En
esta eucaristía dominical pidámosle al Señor la gracia de vivir nuestros
compromisos bautismales, no simplemente contentándonos con cumplir unos
mínimos, sino buscando siempre actuar en coherencia con los sentimientos que
tuvo Jesús. A través de la oración y la reflexión vayamos avanzando en la
capacidad de discernir y de ser coherentes con las verdades que profesamos.