Domingo 28 ordinario, Ciclo A

CUANDO LA BURRA ES MAÑOSA, AUNQUE LA CARQUEN DE SANTOS

El amor de Dios ha sido comparado con una fiesta de bodas y esto nos hace recordar que el primer milagro de Cristo, la Señal de su amor misericordioso a todos los hombres se realizó precisamente en el seno de una fiesta de bodas, y gozosamente con intervención de la Virgen María. En esa fiesta no puedo imaginarme a Cristo en un rincón de la sala, distraído con su discípulos, sino participando lleno en la fiesta, pero con el cuidado de no convertirse en el protagonista de la fiesta, sino como uno más de los invitados. ¿Qué alegría más grande les pudo caber a los novios de Caná, que tener entre sus invitados nada menos que a Cristo Jesús?  Y  ¿Puede haber mayor gozo que ser invitados a una fiesta donde el Señor es el anfitrión y todos los hombres son invitados? Sin embargo, no todos los hombres están dispuestos a participar en la fiesta, en concreto a la  Eucaristía, ni siquiera los que de hecho asisten de cuerpo presente a la Santa Misa. El templo parroquial  donde actualmente me desempeño, es muy grande, y los cristianos se quedan ocupando siempre las últimas bancas, y habría que ver las caras que ponen cuando los invito a que se acerquen a las primeras bancas del lugar. Muy a regañadientes lo hacen. ¿Por qué tan poco amor para quien no tiene más que amor para todos los hombres?  En ese sentido podemos escuchar la parábola que Cristo contó precisamente, con dedicatoria especial, a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo de Israel, para denotar su resistencia y su maldad, al rechazar la invitación del Señor y oponerse a que otros puedan participar del banquete. Este banquete descrito por Cristo tiene muchos elementos que reflejan otra mentalidad y otras costumbres, pero que reflejan a las claras el mensaje de Jesús.  Todo comienza cuando Jesús describe el Reino de los Cielos como un banquete preparado por un rey para la boda de su hijo. Cosa bella la que hacen los padres por los hijos que toman estado y que dejan la casa paterna para formar una nueva familia. Por supuesto que fueron llamados los súbditos del rey, pero con tan mala pata, que no aceptaron ir, pues cada quién tenía sus propios motivos, unos se iban a su casa de campo, otros no podían dejar su negocio, y otros incluso molestos por la invitación del rey, golpearon y mataron a los emisarios del rey. Viendo la ceguera y la maldad de los perversos invitados, el rey mandó destruir la ciudad, parece que el autor está pensando en la destrucción de Jerusalén años después de la muerte de Cristo. Y como la fiesta tenía que continuar, el rey mandó a sus criados ir por los caminos buscando a cuantos hombres se encontraran, para meterlos a la boda del hijo. Y la sala se llenó de los nuevos convidados. El rey complaciente llegó a saludar a los invitados, dándose cuenta que a pesar de todo lo que se había hecho por ellos, uno no llevaba el traje de fiesta y  fue echado sin consideraciones de la fiesta.  Cristo da la conclusión: Muchos son los llamados, pero son pocos los que aceptan el compromiso de amistad de Jesús. Es la triste realidad del hombre el día de hoy.  Ya no quiere saber de banquete de bodas, y cuando se organiza alguna, ya no se hace en una iglesia, sino en una sala de fiestas o al borde de una playa o en casos extremos, en el fondo  del mar, con escafandras para los novios y los invitados. Hay un rechazo del amor de Dios, y esto es grave, pues el único perjudicado sería el hombre, pues de parte del Señor, lo único que hace es participar de su amor, y en concreto del alimento donde se sirve nada menos que el Cuerpo y la Sangre de Cristo Jesús que ofrendó su vida en lo alto de la cruz para que tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia. ¿No será llegado el momento de tomar en serio la invitación del Señor y volver a gozar como en los viejos tiempos del banquete preparado por el Rey para su Hijo?

El padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx