COMPARTIENDO EL EVANGELIO

Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia

(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires – ciclo 2017)

 Vvigésimo octavo durante el año, Ciclo A

Evangelio según San Mateo 22, 1-4 (ciclo A)

 

Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: 'Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas'. Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: 'El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren'. Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. 'Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?'. El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: 'Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes'. Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.

 

ACEPTEMOS ESTA INVITACION

 

Como siempre, la Palabra de Dios tiene un simbolismo muy importante. Siempre el simbolismo es una comparación, pero que no tiene rigor totalmente literal sino que nos transporta o nos lleva a otra comprensión partiendo de la misma realidad, como vemos en este Evangelio.

 

Es la invitación a una fiesta: estamos invitados a la vida, a pertenecer al Pueblo Santo de Dios, a este mundo, a esta tierra, a este pueblo. Fuimos invitados y no tenemos participación activa en la invitación. La invitación es gratuita -por la misericordia, por la bondad, por el amor, por la ternura- Dios nos llamó a existir; no tomamos decisión propia al inicio.

 

Luego, uno crece, madura, evoluciona o involuciona; se hace más hombre, más persona o se va deteriorando como persona; vive en valores, crece, se relaciona, comunica o no comunica y no se relaciona. Después, uno mismo va rechazando, va perdiendo el candor, la alegría, la transparencia, la bondad, va poniendo excusas, justificándose;  así rechaza esa constante invitación y no sigue madurando.

 

Viene el Señor e invita a todos, no sólo a algunos; invita a todos los ciudadanos, a todas las personas. Y vienen todos, pero uno se cuela y entra, pero -como dice el simbolismo- “no está con la ropa de fiesta”; no es que el Señor mira la apariencia, no: quiere decir que no está con los valores necesarios que tiene que tener para poder participar, por eso se los excluye. No lo excluye Dios, se excluyó él al no vivir sus valores.

 

Aceptemos esta invitación; recordemos que todo es gracia, pero que también nosotros tenemos que dar gracias, colaborar, participar, trabajarla, poner la inteligencia y la voluntad: la convicción, Dios nos da su gracia pero no suspende nuestra participación.

 

Que nos demos cuenta que la vida es un don pero también es una responsabilidad.

 

Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén