XXIX Domingo del Tiempo Ordinario,
Ciclo A
Devuelvan a Dios lo que es de Dios
Este domingo se
celebra el día del Domund, y
toda la Iglesia toma conciencia de su identidad misionera. El
texto de la carta a los Tesalonicenses (1 Tes 1,1-5)
nos recuerda la primera evangelización paulina en el mundo griego. Estamos ante
el primer escrito del NT. Hacia el año 50 o 51, Pablo y sus dos discípulos,
Silvano y Timoteo llegaron a la ciudad de Tesalónica. Pero después de unos
meses de haber comenzado su labor en Tesalónica, se ven obligados a abandonar
la pequeña comunidad que se había ido formando en torno a su palabra y
testimonio. Llegados a la ciudad de Atenas, Pablo manda a Timoteo que regrese a
Tesalónica y se informe de la vida de los nuevos cristianos. Timoteo vuelve de
su viaje con buenas noticias y alcanza a Pablo en Corinto. Y responden a los
cristianos de Tesalónica con esta carta. Escriben Pablo, Silvano y
Timoteo, los misioneros de la primera época y se dirigen a toda la
comunidad cristiana de Tesalónica para reforzarlos en su fe y agradecer su
acogida del Evangelio.
Después de un
breve saludo, la carta comienza dando gracias a Dios y recordando en esa acción
de gracias a los fieles tesalonicenses. Es una comunidad fundada en las tres
virtudes teologales: en una fe que fructifica en obras, en un amor sincero que
va más allá del sentimiento y llega al compromiso y en una esperanza capaz de
aguantar todo lo que le echen. El centro de esa comunidad es Jesucristo. Y
Pablo destaca la calidad de las virtudes: “acordándonos de vosotros, de la
actividad de la fe, del esfuerzo del amor y del tesón de la esperanza”. Por
tanto se resalta una fe activa, un amor sacrificado y una esperanza inquebrantable
y audaz.
Esa forma de
acogida de la Palabra y de los evangelizadores en Tesalónica se ha convertido
en un verdadero anuncio del Evangelio para las comunidades del entorno en la
región. La nueva forma de vida es un acontecimiento del Espíritu que genera
fuerza, convicción y gran alegría tanto en los evangelizados como en los
evangelizadores, en medio de toda tribulación. En el día del Domund el motivo de la Evangelización, en el lenguaje del
Papa Francisco, es propiciar el encuentro de las personas con el evangelio,
pues “con Cristo renace siempre la alegría”. Esta fuerza y
convicción con la alegría del Evangelio es la que se requiere hoy en la tarea
misionera y ha quedado recogida en el lema de este día del Domund 2017: “Sé valiente, la misión te espera”.
Por otra parte en
el evangelio de este domingo (Mt 22,15-22) encontramos una de esas frases que
casi todo el mundo conoce aunque no todos sepan de dónde procede: “Pues
dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt
22,31). Frecuentemente se ha interpretado esta sentencia para justificar que la
Iglesia no se meta en política, ni los políticos en la religión, como dando a
entender que ambos poderes, el religioso y el civil, tienen su autonomía propia
al mando de dos mundos paralelos o de un mundo dualista en el que lo espiritual
y lo material se viven por separado y se rigen por criterios diferentes,
también paralelos e independientes: El uno sería de Dios y el otro del “César”,
es decir, del poder político de turno. Ésa es sin duda una interpretación muy
alejada de la pretensión del Evangelio.
El contexto de
esta sentencia de Jesús, transmitida en los tres primeros Evangelios, es una
situación de progresiva hostilidad contra Jesús por parte de los dirigentes
religiosos y civiles en el ámbito del templo de Jerusalén. Los fariseos están
tramando con malicia cómo eliminar a Jesús y buscan alguna causa entre sus
palabras que formalmente pudiera parecer motivo suficiente para arremeter
contra él. A Jesús le plantean una cuestión capciosa los fariseos y los
herodianos, ambos representantes de los poderes religiosos y civiles en
sumisión, condescendencia o connivencia con el poder imperial romano: ¿Es
lícito pagar impuesto al César o no? Ante la imagen del César en una
moneda Jesús recrimina al poder religioso de los fariseos y al poder
político del emperador la opresión que unos y otros ejercen sobre el pueblo
bajo el sistema imperial. Jesús desenmascara así los dos tipos de opresión
ejercida sobre el pueblo de Dios, la política y la religiosa. Esta fue otra
verdadera tentación para Jesús. Sin embargo tampoco cayó Jesús aquí en la
tentación tramposa de tomar partido por unos o por otros, pues ambos
tiranizaban a la gente.
Sorprendentemente Jesús
los remite en su propio lenguaje, el del dinero, a la soberanía de Dios, como
único Señor. Jesús se fija en la moneda del tributo para mostrar en ella, más
que su valor relativo a la función de intercambio de bienes, su cara más
poderosa, dominadora e idolátrica: la imagen del César con la inscripción de su
poderío absoluto y lo que ello significaba para los sometidos e integrados en
el sistema imperial. Al decir Jesús el famoso dicho está mostrando su
indignación con los dirigentes, pues están plegados a las exigencias del
sistema imperial y han dejado de atender la viña del Señor como Dios quiere.
Una traducción más exacta (“devolved al César lo que es del César”)
permitiría reconocer mejor la indignación de Jesús con todos ellos, reclamando
a la vez que devuelvan el pueblo de Dios a su verdadero y único Señor.
Jesús no reconoce la autoridad del César, ni la de los fariseos, ni la de los
herodianos sobre su pueblo, sino sólo la de Dios (Is
45,6), que es el único Señor.
Hoy los cristianos
podemos seguir proclamando el mismo evangelio. La moneda que
hoy contemplamos, independientemente de su nacionalidad, se ha constituido en
el principal dueño y señor de todo el planeta. El poder político en cuanto éste
se endiosa y el dinero como sistema, con sus mecanismos endiablados y
mortíferos, generan un mundo de injusticia, de corrupción y de desigualdad
crecientes. Jesús está contra todo eso.
En España lamentablemente
se viven momentos de crisis con la situación creada por el
desafío de un sector no mayoritario de separatistas en Cataluña que
va camino de provocar un auténtico desastre social, político y económico. Creo
que allí se debería escuchar hoy la llamada de la historia a vivir en paz y en
democracia, mediante el respeto a los derechos fundamentales en los Estados de
derecho. Frente a cualquier endiosamiento del poder político y frente al
romanticismo ensimismado del nacionalismo fanático, los creyentes hemos de
proclamar la libertad de las personas ante todo poder diabólico, el respeto a
los otros, el diálogo auténtico y sin amenazas, el bien común, la justicia y la
igualdad de todos los seres humanos. Es lo que auguramos desde esta humilde
tribuna, conscientes de que el Evangelio puede contribuir a ello.
En su mensaje para
este día del Domund el Papa Francisco muestra “la
fuerza transformadora del Evangelio. … Pienso – dice el Papa - en
aquella celebración eucarística en Kitgum, en el
norte de Uganda, por aquel entonces, ensangrentada por la ferocidad de un grupo
de rebeldes, cuando un misionero hizo repetir al pueblo las palabras de Jesús
en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», como expresión
del grito desesperado de los hermanos y hermanas del Señor crucificado. Esa
celebración fue para la gente una fuente de gran consuelo y valor. Y podemos
pensar en muchos, numerosísimos testimonios de cómo el Evangelio ayuda
a superar la cerrazón, los conflictos, el racismo, el tribalismo, promoviendo
en todas partes y entre todos la reconciliación, la fraternidad y el
saber compartir.”
Con la conciencia
de ser misioneros trabajemos con alegría para que la palabra del Evangelio, que
se convirtió en la primitiva comunidad de Tesalónica en un acontecimiento del
Espíritu, de profundas convicciones, suscite en los creyentes una nueva vida
consagrada al Dios, único y verdadero, y marcada por la actividad de la
fe, el esfuerzo del amor y el tesón de la esperanza (1 Te 1,1-5).
José Cervantes
Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura.