29ª semana Del tiempo ordinario. Lunes: Lc 12, 13-21
Hoy comienza el evangelio
diciendo que uno fue ante Jesús para que fuera juez entre él y su hermano por razones de
herencia. No era raro en aquella sociedad judía el que una autoridad religiosa
hiciera las veces de juez. Quizá por eso, porque aquel hombre vio en Jesús una
cierta autoridad religiosa, le propuso el caso. Pero Jesús no quiere hacer de
juez entre aquellos hermanos. La razón es porque aquel hombre buscaba la
justicia con el poder; pero Jesús no quiere usar la vía del poder, sino la del
amor. Ve que aquel hombre no se acerca a El para conocer
Jesús aprovecha la
proposición de aquel hombre para dar a sus discípulos y a todos nosotros una
gran lección sobre la avaricia o codicia que corroe a gran parte de los seres
humanos. Es decir, que Jesús va a solucionar el caso desde la raíz: desde la
caridad, que debe ser lo contrario de la avaricia. Para ello cuenta una
parábola.
Es la historia de un rico
que tiene muchas riquezas, pero quiere más. Como otras veces, no es que Jesús
esté en contra de los bienes terrenos, aunque sean bastantes. Lo malo es
apegarse a ellos, lo cual suele ser bastante fácil. Al rico de la parábola
Jesús le llama “necio”, porque piensa mal: piensa que las riquezas dan al
hombre toda la felicidad y no se da cuenta que se pueden perder en la vida y
sobre todo se pierden definitivamente en la muerte. Además es necio porque no
sabe distinguir diferentes bienes con los que nos podemos encontrar. El dinero no
es todo ni siquiera para la felicidad material. Y cuando se habla del dinero
puede hablarse de poder, prestigio, éxitos materiales, placeres corporales. Hay
otros valores más importantes y que dan una felicidad más íntima, como la
amistad, la vida de familia, cultura, naturaleza, etc..
Pero lo que Jesús quiere
enseñarnos es que no hay comparación entre los tesoros de la tierra con el
atesorar y ser rico ante Dios para el cielo. Y normalmente no suelen ir demasiado juntos, de modo que cuantos más bienes materiales
se poseen, menos se siente la necesidad de acudir a Dios; y a veces la falta de
bienes materiales nos ayuda para acercarnos más a Dios. De hecho esto es lo
definitivo e importante para nuestra vida, la definitiva, la eterna. Lo que
Jesús quiere es que siempre contemos con Dios, en las buenas y en las malas,
porque Dios siempre quiere lo mejor para nosotros.
Lo malo de aquel rico era
que, al almacenar riquezas, prescindía de Dios, y porque lo hacía sin mirar a
los demás, sino a su propio provecho. De hecho, con el dinero se pueden hacer
muchas obras buenas. Jesús lo dijo claramente: que nos hagamos amigos para el
cielo con el dinero. Pero hay una gran tentación de almacenar dinero o querer
que toque la lotería con el pretexto de hacer muchas obras buenas, ya que luego
nos quedamos en el propio provecho.
Hoy Jesús va contra la
avaricia, sobre todo cuando con ella se falta a la caridad. Así lo vemos
desgraciadamente que pasa en tantas familias con asuntos de herencias. Todo
parece que va bien hasta que llega el momento de la herencia y vienen las
envidias y los odios u otras cosas peores. Ello es porque falta la caridad. Si
tuviéramos una gran caridad, se solucionarían todos los conflictos terrenos.
Tener caridad para con Dios es buscar sobre todo los tesoros del cielo, y tener
caridad para con los demás es saber ceder nuestros propios derechos para que
los demás estén más contentos.
Con esta actitud se
solucionarían todos los conflictos entre los pueblos y las naciones. La
dificultad de hacer un buen tratado de paz es que todos siguen con su avaricia
y todos quieren lo mejor para ellos mismos, no para el prójimo. Y así es muy
difícil contentar a las dos partes. Busquemos sobre todo el Reino de Dios, el
almacenar para el cielo, y todo lo demás se nos dará por añadidura.