COMPARTIENDO
EL EVANGELIO
Reflexiones
de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas
por radios de Capital y Gran Buenos Aires)
Trigésimo
durante el año. Ciclo A
Evangelio
según San Mateo 22,34-40 (ciclo A)
Cuando los fariseos se enteraron de
que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de
ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
"Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?". Jesús le
respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El
segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos
dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas".
AMARSE
PARA PODER AMAR
Queridos hermanos: uno puede afirmar
que el amor de Dios es lo que nos equilibra, nos alimenta, nos nutre, nos
fortalece, nos ilumina, nos da vida, nos llena el alma, nos llena el corazón;
pero este amor DE Dios y amor A Dios, nos lleva necesariamente a amar a
nuestros hermanos.
Por eso Jesucristo es la garantía, el
respeto, la justicia, el cuidado social a nuestros hermanos. Porque amo a Dios
me tengo que interesar de las cosas de los hombres. No puedo poner excusas, no
puedo decir “como amo a Dios, me desentiendo de los hermanos”; sino al
contrario “porque Amo a Dios, me debo volcar y comprometer en el amor a
nuestros hermanos” -Fe y vida. Fe y compromiso. La presencia de Dios que nos
lleva al compromiso solidario, fraterno, de justicia, de verdad, de honra, de
respeto, para con los demás.
Muchas veces, este equilibrio se va
desdibujando, porque tengo una relación -yo diría- simulada o falsa con Dios,
luego mi compromiso también es simulado o falso para con los pobres. No puedo
usar uno en contra del otro, o uno en detrimento del otro.
Hay algo que también es cierto: muchas
veces no amamos a Dios, ni amamos a nuestro prójimo, porque no sabemos amarnos
a nosotros mismos; porque el próximo, -el prójimo más cercano de uno- es uno
mismo. Nosotros tenemos que amarnos; no con un amor de concupiscencia, pero sí
con un amor de benevolencia, un amor de respeto, donde yo debo cuidarme para
que el amor de Dios no se desintegre en mi vida, para que el amor de Dios llegue
a mis hermanos, pero si yo no AMO y no ME
AMO no sabré amar a los demás. Los voy a usar, a manipular, a
“sicopatear” como dicen los jóvenes.
Es muy importante saber que UNO es
importante porque Dios nos ha confiado la vida; uno tiene que amarse con ese
mismo amor de Dios, pero amarse, para poder amar a los demás. Y otras veces,
como no llegamos a esta plenitud y a esta madurez, no alcanzamos las otras
finalidades.
“Amar a Dios con todo el corazón y con
todo el espíritu; y amar a los demás como a uno mismo” siguen siendo realidad
vigente en nuestra vida. Que alcancemos la plenitud y vivamos en la madurez.
Les dejo mi bendición: en el Nombre
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén