30ª semana del tiempo
ordinario: Lunes. Lc 13,
10-17
San Lucas, que es el
evangelista de la misericordia, es quien nos relata este milagro de Jesús,
quien se encuentra en la sinagoga, junto con el pueblo, en un día de sábado
para dar culto al Señor.
Los fariseos pensaban que
daban culto a Dios con los rezos de los salmos, con la lectura y la explicación
de la palabra de Dios, y con el observar estrictamente el precepto de no
trabajar ese día, con todos los detalles que habían ido añadiendo al precepto
general de Dios. No pensaban, como lo hacía Jesús, que el dar culto a Dios está
sobre todo en el amor, hacia Dios y hacia el prójimo.
Pues bien, allí en la
sinagoga está una mujer, que tiene una enfermedad muy rara: está encorvada y no
puede enderezarse ni para mirar a los demás. Jesús simplemente dice a la
enfermedad que se vaya, tiende su mano sobre la enferma y ésta se reincorpora
para mejor alabar y bendecir al Señor. ¡Qué cosa más buena!
Pues no lo entendieron así
los fariseos. Nada menos que con ira reacciona el jefe de la sinagoga, como si
Jesús hubiese hecho un trabajo muy grande en el día del sábado. Y se lo
recrimina delante de todos. Jesús, para que todos lo puedan entender, le
responde con dos argumentos.
Lo primero le habla sobre
la realidad de trabajar algo el día del Señor. Alude al hecho normal, entre los
mismos fariseos, de que cualquiera, en un día de sábado, saca a abrevar a su
buey o su asno. Se supone que eso es mayor trabajo que lo que Jesús acaba de
hacer, prácticamente diciendo muy pocas palabras.
Lo segundo, y principal, es
la ley del amor: Ha hecho un gran favor a aquella mujer. También ha contribuido
a la mayor gloria de Dios, pues aquella mujer, apenas se vio curada, pudiendo
ponerse erguida como todos, comienza a alabar a Dios. Comprende que lo hecho
por Jesús no es algo puramente humano, sino que ha sido una gracia especial de
Dios para con ella.
El sábado para los judíos,
como el domingo para nosotros, ciertamente es un día especial para alabar a
Dios; pero ciertamente que a Dios no se le alaba si nos insultamos o
perjudicamos o simplemente descuidamos el hacer el bien. Debemos tener bien
claro que Dios estará más contento, si nosotros, para dar mejor culto a Dios,
estamos alegres y procuramos que los demás estén alegres, sobre todo cuando esa
alegría es un producto de un acto de caridad.
En aquella sinagoga se
encontró la misericordia de Jesús con la miseria de aquella mujer, que ni
siquiera ha pedido su curación. Jesús tiene la iniciativa. Al final la gente
sencilla se alegra por las maravillas que hace Jesús, mientras que sus
adversarios quedan confundidos y carcomidos por su envidia.
Al ser el domingo el día de
la alabanza a Dios, es el día de la acción de gracias. Por eso, aunque todos
los días la misa tenga un sentido maravilloso, en el domingo resplandece
especialmente el sentido eucarístico o de acción de gracias. Si Dios nos manda
descansar un día a la semana, no es para fastidiarnos, sino para ayudarnos. Es
para poder gozar más ampliamente la liberación por medio de Jesús.
En aquella mujer curvada
por la enfermedad podemos ver a muchos curvados por el peso de las aflicciones
y pesares de la vida. Debemos imitar la misericordia de Jesús haciendo algo por
ellos según nuestras posibilidades. Dios quiere que miremos adelante con la
dignidad de hijos de Dios, no deprimidos ni oprimidos.
Para que caminemos
erguidos, llevados por la confianza en Dios, oigamos cuando Jesús nos dice:
“levántate”. Y trabajemos decididos por el reino de Dios: en el trabajo, en el
hogar, en nuestro propio corazón. Jesús va delante. Levantemos el corazón y no
temamos a las tempestades que continuamente nos vendrán del mundo. Sigamos
adelante y Cristo reinará.