30ª semana del tiempo
ordinario. Viernes: Lc 14, 1-6
Jesús había sido invitado a
comer a casa de un fariseo un día de sábado. Jesús aprovecha esas oportunidades
para dar su enseñanza. Los fariseos también eran hijos de Dios, y Jesús deseaba
su salvación. Era una empresa muy difícil porque se habían encerrado en sus
ideas y veían las acciones y enseñanzas de Jesús como las de un adversario,
sobre todo porque estaban llenos de envidia al ver cómo el pueblo sencillo
seguía con mucho entusiasmo al nuevo profeta, que era Jesús.
Uno de los puntos de
fricción era la ley o leyes sobre el descanso sabático. Los fariseos eran tan
estrictos que no permitían curar a un enfermo, a no ser en peligro de muerte.
Pero Jesús mira al bien que se puede hacer. Estando ya en la casa del fariseo,
mira Jesús a la puerta o quizá por una ventana y ve a un hombre enfermo,
hinchado por la hidropesía. Seguro que había hecho un gran esfuerzo para llegar
donde estaba Jesús y tendría cara de súplica.
A Jesús se le removieron
las entrañas de misericordia. Por otro lado ve quizá la mirada de alguno de
aquellos fariseos, con acento de desprecio hacia aquel hombre, pensando sobre
qué pecados habría cometido para que Dios le haya mandado aquella enfermedad.
Jesús sabe que su acción va a ser mal interpretada por aquellos rigurosos
fariseos; pero está dispuesto a hacer el bien.
Primeramente Jesús les
pregunta si es lícito hacer el bien o el mal, curar en un día de sábado. Ellos
se callan y Jesús pasa a la acción. Va donde el enfermo, tiene con él un gesto
de cariño y aquel enfermo queda curado. Jesús le envía a su casa. Seguro que
tendría que anunciar esta buena nueva a su familia.
Todavía Jesús les da una
razón a los fariseos. Por lo menos consideren el caso como uno de los permitidos
por las leyes, que era el poder sacar de un pozo a un hijo que cayera o hasta
un buey propio, porque perderlo sería una gran pérdida.
La razón era mucho más
sublime. Aquel hombre era tan querido para Dios como lo podía ser un hijo del
fariseo. Y Dios le amaba aunque tuviese aquella enfermedad. Quizá más amado
precisamente por ella.
También nos da a todos
nosotros una gran lección para “el día del Señor”, que para nosotros es el
domingo. Este día no es sólo para rezar y alabar a Dios; lo cual debemos hacer
muy dignamente en la santa Misa. Es un día para compartir la alegría y repartir
las misericordias del Señor, que nos da a todos. Por lo tanto es un día para la
caridad, a veces material, pero sobre todo espiritual.
San Pablo, en la primera
lectura, nos dice una frase que parecería una blasfemia, si no estuviera dicha
con un gran amor hacia los de su raza, consecuencia del amor intenso hacia
Jesucristo. Dice san Pablo que estaría dispuesto hasta ser “un proscrito lejos
de Cristo”, si eso sirviera para salvarles. El amor concreto por el bien de las
personas nos indica normalmente el amor hacia Jesucristo, como se ve en tantos
misioneros que, dejando todo por Cristo, se dedican especialmente a la caridad.
Cuando los fariseos
escuchan a Jesús decir: “¿Es lícito curar en sábado o no?” se quedan callados.
En realidad se quedan sin resolver, sin hacer algo positivo. Esto pasa con
muchos cristianos que se quedan sin hacer nada positivo por el bien de los
hermanos. Hoy nos enseña Jesús que, cuando se trata de hacer un bien para un
necesitado, no conviene esperar. No debemos dejar para mañana lo que podamos
hacer hoy. Hay muchos que necesitan soluciones urgentes.
Los días los hacemos más
santos, si nosotros somos más santos. El día del Señor será verdaderamente suyo
si su palabra y su acción la hacemos práctica con nuestra vida y nuestra
caridad hacia los demás. San Pablo nos enseña a estar dispuestos a cargar con
las miserias y enfermedades de los demás, con tal de llevarles hacia el
conocimiento de