Cuando
se agota la batería
La
vida es un viaje sin retorno. Somos caminantes, viajeros, peregrinos. Es parte
de nuestro instinto, de nuestra propia naturaleza el crecer, el avanzar, el
madurar. Detenerse es un pecado. Abrir brecha y camino es una obligación.
Cuando nuestras vidas se tornan en
desierto, perdemos el sendero. En el desierto
no hay caminos. Queda el desafío del oasis como búsqueda. Y sólo como
punto de partida. La meta está más allá.
Hay
muchas clases de caminantes. Los hay avispados, previsivos, entusiastas,
generosos. Hay también quien se lanza por el camino de la vida sin visión, sin
misión, sin objetivos. Pasan desapercibidos, viven el momento. Se les acaba el fuelle con mucha facilidad.
No conocen de energía ni de esperanza. Y en el sueño se les apaga la luz de la
ilusión y, en su perplejidad, echan mano de cualquier medio que les prenda la
pasión. ¡Tan irrisoria!
Al
Dios bíblico le encantan las bodas, las fiestas, los invitados e invitadas. Su
mesa tiene la medida exacta de su corazón sin límites, sin exclusiones. Sólo
pide la luminaria del ensueño, del arrebato, de la sorpresa. Es la luz del
corazón que no puede fallar. En la espera se mide el espesor de la energía que
impulsa la andadura y nos permite estar a tiempo a la cita con la vida sin
ambages, sin reticencias, sin nostalgias. Pero sí con la antorcha en la mano.
Para
un buen viaje, la Palabra de Dios nos recomienda cultivar en el corazón la
sabiduría, ese gusto sustancioso por la vida, por el disfrute de la belleza y
el compartir alegre con quienes nos rodean. También pide la Palabra de Dios el
ser previsivos, cargarnos de tal energía y esperanza que ningún tropiezo pueda
acabar con la batería o la simple ilusión de nuestros sueños acunados con tanto
esfuerzo en la mochila de nuestro equipaje.
Cochabamba 12.11.17
jesús
e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com