Domingo, 6 de Noviembre de
2011; 32º ord. A: Mt 25, 1-13
Estamos en el mes de
Noviembre, mes de los difuntos y último mes del año litúrgico. Es natural que
Lo principal es que hay que
estar vigilantes porque no sabemos cuándo vendrá el Señor. La primitiva
cristiandad creía que esta segunda venida de Jesucristo se iba a realizar
pronto, de modo que estaban preocupados por la suerte de los difuntos que ya no
le podrían ver a Jesús. San Pablo, en el primer escrito que se conserva del
Nuevo Testamento, que es la 1ª carta a los tesalonicenses y que se lee hoy en
la 2ª lectura, les tiene que decir que no se aflijan por eso, que los difuntos
le ven antes que nosotros al Señor. Luego dirá que el Señor vendrá cuando menos
lo pensemos. Con ello
Aquellas diez jóvenes
estaban todas dormidas, señal de que no pensaban en una inminente venida del
esposo. La diferencia entre ellas estaba en que, para encender sus lámparas,
unas tenían suficiente aceite y otras habían sido tan necias que no habían traído
aceite de repuesto. Este aceite es el símbolo de nuestra fe, símbolo de la
gracia de Dios, de la vida de Dios que debemos llevar en nuestra alma. Es algo
personal. No vale que otra persona me quiera dar algo de su gracia, aunque me
puede ayudar; pero esta fe y gracia es algo personal, que forma parte de la
propia identidad. Por eso el esposo tendrá que decirles: “No os conozco”. Este
estar con la lámpara apagada y sin aceite es como tantos que están sin luz
espiritual y sin esperanza, son aquellos que no ven sentido a su vida, aunque
tengan muchos bienes materiales.
Aquellas cinco jóvenes no
previsoras reciben una dura condena. El hecho es que parece que no han hecho
nada malo, no golpean a los criados como en otra parábola hace el mayordomo
infiel; pero no hacen nada positivo y esto ya es malo. Es como no dar de comer
al hambriento o vestir al desnudo o negar el auxilio en carretera.
La vigilancia por lo tanto
es algo positivo, no es quedarse “cruzado de brazos”, sino hacer algo positivo
para acoger a Jesús que viene. Y a Jesús no sólo hay que esperarle cuando venga
al final de nuestra vida, sino que constantemente nos viene a visitar y llama
continuamente a la puerta de nuestro corazón. Vigilar no es despreocuparse de las
cosas materiales, sino ver a Dios en los acontecimientos de nuestra vida y de
la historia. Hay mucha gente que vigila sus negocios materiales, por el miedo,
y no vigila su vida del alma de las acechanzas del mal.
Vigilar es tener esperanza
en la vida futura que Dios nos prepara. Por eso la vida cristiana está envuelta
en la alegría. Y eso debe ser así porque se ama. Cuando se ama de verdad, hay
alegría y la vigilancia es una alegría. Jesús vendrá, pero ya está con nosotros
de muchas maneras, sobre todo en