Domingo 33 ordinario,
Ciclo A
NI HAS DE
AVENTAR SIN VIENTO NI PARIR ANTES DE TIEMPO.
El acontecer de los hombres se
desarrolla entre la confianza entre ellos y el amor que debe imperar en sus
relaciones. Lo primero es importante en todo lo que emprendemos. Necesitamos la
confianza para depositar el vehículo que necesita reparación y que quieres que te lo entreguen ya
funcionando y con piezas que verdaderamente hayan sido cambiadas, hasta la
pericia del maestro que te guía en los menesteres del saber, pasando por la
confianza que tienes en las manos del médico al que le confías tu salud y tu
vida. Pero es importarte también el amor con el que debes conducir tu vida, el
amor que manifestamos a los que nos rodean, comenzando por el amor y el cariño
que demostramos a la criatura en el fondo del cuerpo de la madre, hasta el
cariño y el afecto que mostramos a los ancianos que supieron dar lo mejor de
sus vidas para que nosotros tuviéramos una existencia digna y fructífera. Qué
sería del mundo si no existiera el amor entre los hombres!
Qué difícil es un ambiente donde los hombres ni se aman ni se respetan. Se
vuelve un ambiente insufrible e inhabitable.
En ese sentido, Cristo nos ha dejado
una parábola, donde narra el detalle de
aquél hombre que se iba de viaje y dejó todos sus bienes a sus sirvientes, parece
que las monedas que se usaban eran tan pesadas, que ira imposible
transportarlas, sobre todo si se trataba de grandes cantidades. En la narración
de San Mateo se habla de tres servidores. Dos de ellos trabajan laboriosamente,
de manera que cuando el amo regresa, después de mucho tiempo, le entregan su
dinero con muy buenos intereses, lo que hace expresar al amo a cada uno de los
servidores: “Entra a tomar parte en la alegría de tu señor”. Pero el tercer
siervo, lejos de ponerse a negociar con el dinero, hizo un hoyo en el suelo y ahí
escondió el dinero: “Señor, yo sabía que
eres un hombre duro que quieres cosechar lo que
has plantado y recoger lo que no
has sembrado. Por eso tuve miedo y fui a
esconder tu dinero bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. Por supuesto que esto
indignó al amo que reprendió justa y
severamente al siervo flojo y sin iniciativa: “Si sabías que cosecho lo que no
he plantado y recojo lo que no he sembrado, por qué entonces no pusiste mi
dinero en el banco para que yo a mi regreso, lo recibiera con intereses? Por eso el amo pidió que el
dinero le fuera confiado a uno de los primeros, con la consideración que el
mismo evangelista hace: “Quítenle el dinero y denle al que tiene mas. Pues al que tiene se le dará y le sobrará, pero al
que tiene poco se le quitaría aun eso poco que tiene. Y a este hombre
inútil échenlo fuera a las tinieblas. Ahí será el llanto y la desesperación”.
¿A qué viene la parábola de Cristo? No
podemos ignorar que estamos al final de un año litúrgico y el recordatorio no
se hace esperar, pero con dos salvedades, en primer lugar, Cristo nos tiene
confianza, pone en nuestras manos todos sus bienes, su gracia, su bondad, su
vida misma y segundo, el Señor nos tiene un amor infinito, nos ama
entrañablemente hasta darlo todo para que no nos falte lo necesario para
nuestra salvación. ¿Qué mas podemos pedir y qué más
podemos esperar de quien nos quiere, nos ama y tiene paciencia con nosotros
hasta lograr nuestra eterna salvación? A trabajar entonces con ahínco para
lograr el amor de Dios en el mundo, hasta hacerlo habitable y con la esperanza
de que eso anticipe el momento de nuestra unión total y definitiva con Cristo
el mismísimo Hijo de Dios. Que ninguno
de nosotros se atreva a enterrar los grandes tesoros que Cristo nos confía a
costa de su propia vida, para que no nos veamos en el peligro de ser separados
para siempre del gozo del Señor.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera
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