Domingo. Fiesta de Cristo Rey, A: Mt 25, 31-46
Con la
fiesta de Cristo Rey terminan los domingos del año litúrgico. Como decía Juan
Pablo II, esta solemnidad es “como una síntesis de todo el misterio salvífico”.
Cuando el papa Pío XI
instituyó esta fiesta, lo hizo para mostrar a Jesús como único soberano ante
una sociedad que parecía querer vivir de espaldas a Dios. Hoy también queremos
expresar que Jesús debe ser soberano total para cada uno y para la sociedad.
Claro que su reino no quiere ser de fuerza y poder, sino de bondad y amor.
La palabra “rey” tiene hoy
muchas connotaciones. Nosotros nos atenemos al sentido antiguo y total, ya que
aparece muchas veces en
Lo cierto es que Él se
tenía por rey. Así se lo dijo a Pilato: “Yo soy rey”. Pero a continuación
explicó que su reino no es como los de este mundo. En la historia ha habido
grandes errores al querer convertir el reino de Jesús a la manera del mundo. Y
a veces en el nombre de Cristo se han justificado crímenes y victorias
materiales de unos sobre otros. Pero el Reino de Dios es la victoria sobre la
opresión y la muerte por medio del perdón. Es fundamentalmente un reino de
amor. Hoy se nos dice la manera de entrar en el Reino de Dios: por medio del
amor.
En la Última Cena Jesús
hacía la distinción de los dos reinos y decía: “Los reyes de la tierra dominan
sobre las personas”; pero Él estaba en medio como el que sirve. Y les decía a
los apóstoles que quien quiera ser el primero, que se haga el último, el
esclavo de todos. Bien podemos decir que en nuestra religión “servir es
reinar”.
Cristo es nuestro rey,
porque es el único que nos ama de una manera total. Y por lo tanto es el único
por quien vale la pena entregarse en cuerpo y alma. La mejor forma de honrar a
Jesús es imitándole en su actitud de servicio hacia la humanidad.
Y como es Dios, rey dueño
de todo, un día nos juzgará sobre nuestras obras en la vida. Dios es tan bueno
que nos da la oportunidad de poder ganar con nuestros méritos la alegría
eterna. Pero también corremos el riesgo de perderla. Hoy en el evangelio nos
cuenta de qué nos va a juzgar aquel día. Es algo muy serio y de vital
trascendencia.
Jesús nos juzgará no sobre
las ideas y las palabras, ni siquiera sobre las prácticas religiosas, aunque
pueden ser muy buenas, pues nos ayudan a conseguir lo principal que es el
amor. Hoy nos dice el evangelio que nos
juzgará sobre las obras que hayamos hecho o dejado de hacer en cuanto a la
caridad: las obras de misericordia. Y lo más impresionante es que El, siendo
juez, se identifica con los pobres y necesitados. Por lo tanto las obras que
pueden salvarnos son las obras de amor. Esto sirve para los cristianos y para
todos los pueblos.
Por eso, aunque hagamos
cosas maravillosas, en el sentido material y humano, si no lo hacemos con amor
y para el bien de los demás, no nos servirán. Así que las obras de misericordia
no es algo que debamos hacer, cuando no tengamos otra cosa importante que
hacer. Es lo más importante. Es la manera de corresponder al inmenso amor de
Jesús, porque en el necesitado está Jesús.
Y cuando se habla del
necesitado, no es sólo en el sentido material. Hay otras muchas necesidades,
psicológicas y sobre todo espirituales. Por eso todos nos podemos ayudar. Aunque
uno crea que es un pobrecito, siempre puede ayudar a otros.
Jesús no nos pide un amor
idealista, sino efectivo, traducido en obras concretas. Haciendo el bien es
como podemos hacer que el Reino de Dios sea apetecible. Todos estamos obligados
a extender el Reino de Dios. Es difícil ir a predicar a otros lugares; pero sí
podemos hacer el bien, entre nosotros, en la misma casa y en la familia. Y el
Reino de Dios, que es de paz, de justicia, de vida y verdad, se habrá
extendido. Que Cristo reine en nuestras personas y, por nuestro amor, se irá
extendiendo.