Domingo 1º. Adviento, Ciclo B
SALOMÓN QUE MUCHO SABÍA, DE LOS NIÑOS APRENDÍA
El
profeta Isaías, el gran Isaías, abre hoy las páginas de la Escritura e inaugura
esta nueva etapa de la Iglesia al principio del Adviento: “Tú Señor, eres
nuestro padre y nuestro redentor. Ese es
tu nombre desde siempre”. Por sobre toda otra consideración tenemos que partir
de esa gran realidad: Dios es nuestro Padre y nos trata como hijos, como el
mejor de los padres de esta tierra.
Pero
surgen las preguntas que no podemos eludir: “¿Por qué, Señor, has permitido
alejarnos de tus mandamientos y dejas endurecer nuestro corazón hasta el punto
de no temerte?” esa es la condición en la que estamos viviendo, nadie te teme,
nadie te invoca, nadie te busca. “Ojala que
rasgaras los cielos y bajaras,
estremeciendo a las montañas en tu presencia”. Ese es el grito de la humanidad,
te necesitamos entre nosotros, que dejes las inmensidades de las alturas y
bajes a estar con los tuyos, con los pequeñitos, con los necesitados de tu
consuelo.
“Jamás se oyó decir ni nadie vio jamás que
otro Dios, fuera de ti, hiciera tales cosas en favor de los que esperan en él”.
El grito de la humanidad no se hace esperar. El mismísimo Hijo de Dios se hace
hombre y vive entre los hombres, entre los más pobres, dejándose tocar y
abrazar por los más sencillos, entre los primeros, los pastores antes que los
reyes y los potentados.
“Tú
sales al encuentro del que practica alegremente la justicia y no pierde de
vista tus mandamientos”. Es verdad que
Dios salva, pero nos necesita, necesita de nuestra acción, de nuestro
compromiso. El que nos trajo a la vida no nos salvará sin nosotros, nos ha dado
la libertad y en la libertad quiere salvarnos.
“Estas
airado porque nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes. Todos éramos
impuros y nuestra justicia era como
trapo asqueroso”. Cuando vemos desapasionadamente la actitud de los mortales y
la condición en la que nos encontramos, no podemos menos de reconocer que
andamos mal y que sin la ayuda del Altísimo, todos los esfuerzos de la
humanidad serán infructuosos. “todos
estamos marchitos, como las hojas, y nuestras culpas nos arrebataban, como el
viento”. Esa era la humanidad hasta antes de la venida de Cristo. Una humanidad
marchita, manchada, sucia, rebelde y corrompida. “Nadie invocaba tu nombre. Nadie se
levantaba para refugiarse en ti porque nos ocultabas tu rostro y nos
dejabas a merced de nuestras culpas”.
Hay momentos de silencio de nuestro Dios que se nos hacen incomprensibles, pero
es también un tiempo de misericordia, pues nuestro Dios también habla en el
silencio y quizá más con él que con miles de palabras.
“Sin
embargo, Señor, Tú eres nuestro padre” el profeta Isaías vuelve a la consideración
inicial y queda claro, si Dios se ha compadecido de nosotros, si Dios nos envía
a su Hijo, si éste puede encarnarse y hacerse uno más de nosotros, es
precisamente por eso, porque Dios es el Padre de todos, que se compadece de
todos y que a nadie rechaza de su corazón,
“nosotros somos el barro y tú el alfarero” Si estamos en las manos
del Señor ¿que
mal puede tocar nuestro corazón? Ciertamente las manos del alfarero tienen que
ser duras para poder moldear el barro, y mientras se está en proceso, todo se
siente mal, incluso en el momento de meter las vasijas al fuego para ser
secadas y cocidas. “Todos somos hechura
de tus manos”. Hemos salido de las manos del Señor y a él volveremos,
esa es nuestra esperanza, en él pensamos
descansar, que esa sea la consideración que mueva nuestros corazones en el
tiempo del Adviento que hoy comenzamos.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx