34ª semana del tiempo
ordinario. Viernes: Lc 21, 29-33
El evangelio de hoy es
continuación del “alzad la cabeza, viene la liberación”. Jesús está hablando
del fin del mundo y del fin de Jerusalén. El evangelista va mezclando frases
que dijo Jesús sobre ambos fines. Podemos decir que más bien tiene como
referencia el fin de Jerusalén, principalmente del templo y de todo lo que
conlleva como religión de sacrificios externos, para comenzar la religión del
amor. Y como símbolo se refiere también al fin del mundo.
Se suele decir que Jesús se
está refiriendo concretamente al fin del templo (y de Jerusalén), por eso de
que sucederá “antes de que pase esta generación”. Ciertamente esta generación
se puede entender en diferentes conceptos; pero el principal es el que indica
que esos acontecimientos señalados están ya cercanos: será cosa de unos pocos
años.
El hecho de que estas
palabras de hoy vengan a continuación de las palabras esperanzadoras sobre la
liberación, viene a indicarnos que el hablar Jesús del fin del “templo” y del
mundo no es para crear angustia y pánico, sino para dar consuelo y
tranquilidad. Porque más que un fin, Jesucristo quiere indicarnos que es el
comienzo de algo mejor, el comienzo de una vida nueva. El Apocalipsis nos habla
de “un cielo nuevo y una tierra nueva”.
Esto lo indica Jesús con el
ejemplo de la higuera, como podría ser con otra clase de árbol: Cuando
comienzan a verse los brotes tiernos, es porque comienza la primavera, símbolo
del comienzo del verano. Es decir, que si hay brotes, es porque luego vendrán
los frutos, símbolo de la vida.
Esta vida es el reino de
Dios. En este mundo se da como preparación para el verdadero y definitivo, que
será en el cielo. No es necesario pensar sobre si el reino definitivo de Dios
vendrá pronto o tardará. Lo importante es pertenecer a él y esforzarse en
colaborar para que vaya creciendo. Ciertamente que crece por su fuerza
interior, como el árbol que echa brotes llegará a tener frutos por su fuerza
interior; pero necesita algunos cuidados externos,
como agua, quizá poda, etc.
No esperemos
acontecimientos grandiosos, sino que el reino de Dios se va forjando a través
de las pequeñas cosas de cada día. Por eso debemos confiar en las palabras de
Jesús. Hoy termina el evangelio con esa frase esperanzadora de Jesús: “mis
palabras no pasarán”. Con ello nos incita Jesús a la confianza. Dios no puede
fracasar, y su reino llegará.
Mientras estamos en este
mundo, Dios quiere respetar nuestra libertad, que se puede volver contra el
mismo Dios; pero hay también muchas personas que respetan el plan de Dios y que
le aman intensamente. Estos son los que van haciendo que el reino de Dios vaya
afianzándose en muchos corazones.
En la primera lectura, un
año se habla del profeta Daniel y otro sobre el Apocalipsis de san Juan. Los
dos libros están escritos de forma apocalíptica, con muchos símbolos
grandiosos, para darnos la confianza de seguir en el camino marcado por Dios.
Apocalipsis no significa destrucción, sino “revelación” de la bondad y grandeza
de Dios, y de lo que tiene preparado. Por eso son símbolos, que en aquel
ambiente tenían más vitalidad, pero que nos quieren dar mayor esperanza.
Jesús quiere que estemos
preparados. Debemos atender a los “signos de los tiempos”. Debemos aprovechar
el tiempo presente, porque esa es la manera para prepararse y afrontar los tiempos futuros. En otros
lugares san Lucas habla de signos concretos, aunque estén descritos en forma
abstracta. Hoy nada más nos dice los principios generales. Sobre todo nos
invita a la confianza en Dios, porque si ponemos la confianza en las cosas
materiales, debemos persuadirnos que todo pasará. Lo único que no pasan son las
palabras de Jesús, que nos llevarán a la felicidad completa.