ADVIENTO
– DOMINGO III B
(17-diciembre-2017)
Jorge Humberto Peláez S.J.
Motivos
profundos para vivir alegres
ü Lecturas:
o Profeta
Isaías 61, 1-2ª. 10-11
o I
Carta de san Pablo a los Tesalonicenses 5, 16-24
o Juan
1, 6-8. 19-28
ü En
esta temporada navideña, el ambiente es de fiesta: luces de colores, música,
reuniones de familiares, amigos y compañeros de trabajo. En Latinoamérica
celebramos la novena, una hermosa tradición que nos prepara para el nacimiento
del Señor; nos reunimos alrededor del pesebre para cantar, rezar y compartir. Es
una bella costumbre que renueva nuestra fe y fortalece los vínculos familiares.
ü Muchas
personas participan en estas celebraciones sin comprender muy bien su significado
profundo. ¿Por qué estas manifestaciones de alegría? La respuesta la encontramos
en este tercer domingo de Adviento, que es conocido por los especialistas en
Liturgia, como el domingo Gaudéte, palabra
latina que significa Alégrense. Todas
las lecturas bíblicas que se proclaman hoy expresan los motivos teológicos del ambiente de alegría propio de la Navidad.
ü Empecemos
con la lectura del profeta Isaías. Allí leemos: “Me alegro en el Señor con toda
el alma y me lleno de júbilo en mi Dios, porque me vistió con vestiduras de
salvación y me cubrió con un manto de justicia, como el novio que se pone la
corona, como la novia que se adorna con sus joyas”.
ü El
profeta Isaías describe, con siglos de anticipación, las transformaciones
profundas que llevará a cabo el Mesías. Este personaje, esperado durante siglos
por el pueblo judío, no será un caudillo político que repetirá las gloriosas
gestas de los reyes David y Salomón, sino que vendrá para transformar las vidas
de quienes han sido ignorados por los poderosos. El perfil del Mesías es
trazado por el profeta Isaías; siglos después, Jesús lo realizará plenamente:
“El Espíritu del Señor me ha enviado para anunciar la Buena Nueva a los pobres,
a curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos, la
libertad a los prisioneros y a pregonar el año de gracia del Señor”.
ü En
palabras del profeta Isaías, el Mesías es portador de alegría para todas aquellas
personas que creían que sus vidas estaban cerradas a la esperanza, para todos
aquellos cuyo pan diario estaba mojado con sus lágrimas. Los favoritos de Dios
son los pobres, los ignorados, los explotados. En los Evangelios, esta prioridad
se expresó en una obra maestra de la literatura bíblica, que conocemos como el Sermón de las Bienaventuranzas: “Felices
aquellos que…”
ü Pasemos
ahora al texto que hemos recitado como Salmo responsorial, que es el himno que
pronunció María, conocido como el Magníficat:
“Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi
salvador”. Esta bellísima oración de acción de gracias y alabanza expresa la
infinita alegría y el reconocimiento de María por las grandes cosas que el
Señor ha obrado en su vida. Ella, una desconocida campesina judía, ha sido
escogida como madre del Mesías. María no hace alarde de nada, pues todo es don
y gracia: “Puso los ojos en la humildad de su esclava”.
ü Cada
uno de nosotros debería recitar, una y mil veces, nuestro propio himno del Magníficat,
proclamando y dando gracias por tantas bondades que nos ha concedido el Señor,
a pesar de nuestras infidelidades. Infortunadamente, somos muy avaros para reconocer
y agradecer. Y continuamente nos quejamos por las dificultades que encontramos
en la vida. Dejamos que el pesimismo nos invada y somos incapaces de ver la
mano providente de Dios que nos acompaña en cada instante de la vida.
ü En
su II Carta a los Tesalonicenses, el apóstol Pablo motiva a la comunidad
cristiana a vivir con alegría el don de la fe: “Vivan siempre alegres, oren sin
cesar, den gracias en toda ocasión, pues es lo que Dios quiere de ustedes en
Cristo Jesús”. La pascua del Señor ha transformado nuestras vidas. Para el agnóstico
y el ateo, la muerte significa el final de todos los sueños. Cae el telón y
termina la función. Para los bautizados, la participación en los sacramentos de
la Iglesia son una anticipación de lo que viviremos en plenitud cuando hallamos
cumplido nuestra misión aquí en la tierra. Por eso nuestra peregrinación hacia
la casa de nuestro Padre común debe irradiar esperanza, alegría y solidaridad.
ü En
el relato evangélico que acabamos de escuchar, Juan Bautista da la explicación
de esta alegría. Lo que era una promesa en el profeta Isaías, es ya una realidad:
Jesús, el Señor, viene para implantar un orden nuevo, para llevar a cabo una nueva
creación. El Bautista predicaba a sus contemporáneos que salían a escucharlo
porque los impactaban su testimonio de vida y el magnetismo que irradiaba su personalidad:
“En medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás
de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”.
ü La
meditación de estas lecturas bíblicas que nos propone la liturgia de este
domingo nos permite descubrir los motivos profundos de la alegría cristiana. La
alegría de los bautizados no es un sentimiento ingenuo fruto de una ilusión sin
fundamento. Nuestra alegría es fruto de la infinita generosidad del Padre que
da a su Hijo la misión de redimir a la humanidad tendiendo un puente entre el
cielo y la tierra. Ese Dios-niño, centro de nuestras miradas en esta Navidad,
es un antídoto contra el pesimismo y la desesperanza. No estamos solos;
continuemos la tarea de transformación anunciada por el profeta Isaías y
realizada por Jesús; abramos nuestros brazos para acoger a los pobres, demos
apoyo a los de corazón quebrantado, y anunciemos la buena nueva de la reconciliación
y el perdón.